Pregunta: ¿Qué significa que Dios es un Dios santo? ¿Cuál es la santidad de Dios?
Respuesta:
En la teología cristiana, la palabra santo tiene dos significados. La santidad de Dios se refiere a la majestuosidad sin igual de Su incomparable ser y a Su pureza moral, intachable, impecable y sin mancha (Isaías 6:1-5; Apocalipsis 4:1-8). Santo también se refiere a algo o alguien que ha sido separado de lo común o apartado para el uso de Dios. Por ejemplo, Belsasar profanó los vasos sagrados del templo -los reservados para uso de los sacerdotes de Dios- brindando por sus ídolos (Daniel 5:2-4). El abuso de Belsasar de estos artefactos sagrados lo hizo culpable de sacrilegio.
A diferencia de Sus seres creados, Dios es eterno, preeminente, omnipotente, omnisciente y omnipresente. Él fue, es y será antes que todas las cosas. No tiene edad, es incansable e intachable. Está más allá de toda comprensión humana. De hecho, nuestro lenguaje carece de los superlativos necesarios para describirle con justicia. Atraído hacia Él por su inigualable bondad y majestad, el salmista escribió: "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía" (Salmo 42:1). Nada ni nadie satisface como Dios, porque Él es totalmente hermoso de contemplar. Los tesoros terrenales pasarán, pero el Señor es nuestra gran recompensa y herencia (Josué 13:33).
Y, sin embargo, la santidad de Dios presenta una especie de dilema en los corazones y las mentes del hombre mortal. Nos sentimos atraídos hacia Él, porque es Él quien nos ha creado (Génesis 1:27; Salmo 100:3), pero como criaturas intrínsecamente imperfectas, también nos acobardamos ante la luz reveladora de Su majestuosa gloria. Al igual que los israelitas temblaron de miedo cuando Dios se apareció a Moisés en el monte Sinaí, nosotros preferimos mantener a Dios a una distancia prudencial (Éxodo 20:18-21). Estos sentimientos ambivalentes de atracción y temor provocados por la santidad de Dios se ilustran en el siguiente pasaje:
"En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de Su manto llenaba el templo. Por encima de Él había serafines. Cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo:
"Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos,
Llena está toda la tierra de Su gloria".
Y se estremecieron los cimientos de los umbrales a la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: "¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos""
(Isaías 6:1-5, NBLA).
Ante la presencia celestial del Señor, el profeta Isaías quedó asombrado, pero la santidad de Dios le hizo retroceder con temor reverencial. Del mismo modo, el profeta Daniel y el apóstol Juan mostraron la misma mezcla emocional de atracción y temor cuando fueron conducidos a la presencia de su majestuoso Creador (Daniel 8:17; Apocalipsis 1:17).
Juan escribió: "Vi también como un mar de cristal mezclado con fuego, y a los que habían salido victoriosos sobre la bestia, sobre su imagen y sobre el número de su nombre, en pie sobre el mar de cristal, con arpas de Dios. Y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:
"¡Grandes y maravillosas son Tus obras, oh Señor Dios, Todopoderoso!
¡Justos y verdaderos son Tus caminos, oh Rey de las naciones!
¡Oh Señor! ¿Quién no temerá y glorificará Tu nombre?
Pues solo Tú eres santo;
Porque todas las naciones vendrán
Y adorarán en Tu presencia,
Pues Tus justos juicios han sido revelados"" (Apocalipsis 15:2-4, NBLA).
Para los redimidos del cielo, la santidad de Dios ya no es un misterio. En una voz unida de alabanza, los ciudadanos del cielo declaran en Apocalipsis 15 que
- Dios es el autor de grandes y poderosos hechos
- Dios es justo y veraz en Sus caminos
- Dios es el Rey de todas las naciones
- Dios merece nuestro temor reverencial y nuestro más profundo respeto
- Dios debe ser glorificado
- Sólo Dios es santo
- A Dios no se le negará la alabanza y adoración mundial
- La justicia suprema de Dios se hará manifiesta
Aunque la santidad de Dios es un tema demasiado amplio para un solo artículo, a continuación se presentan algunos versículos clave que ayudarán a la comprensión del lector:
"No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano, porque el Señor no tendrá por inocente al que tome Su nombre en vano" (Éxodo 20:7, NBLA).
"Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre" (Mateo 6:7-9).
"Porque así dijo el Alto y Sublime,
el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo:
Yo habito en la altura y la santidad,
y con el quebrantado y humilde de espíritu,
para hacer vivir el espíritu de los humildes,
y para vivificar el corazón de los quebrantados" (Isaías 57:15).
"No hay santo como el Señor;
En verdad, no hay otro fuera de Ti,
Ni hay roca como nuestro Dios.
No se jacten más ustedes con tanto orgullo,
No salga la arrogancia de su boca.
Porque el Señor es Dios de sabiduría,
Y por Él son pesadas las acciones" (1 Samuel 2:2-3, NBLA).
"Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo" (1 Pedro 1:13-16).
"Asimismo yo te alabaré con instrumento de salterio,
Oh Dios mío; tu verdad
cantaré a ti en el arpa,
Oh Santo de Israel.
Mis labios se alegrarán
cuando cante a ti,
Y mi alma, la cual redimiste" (Salmo 71: 22-23).
La santidad de Dios debe mover nuestros corazones a una continua alabanza y adoración. Nos deleitamos en Él, porque en Él está nuestro último propósito y razón de ser (Jeremías 29:11). Nadie que viva separado de Dios está verdaderamente completo. Él se entrega a los que creen. Dios es más que un medio para alcanzar un deseo transitorio o una meta terrenal, ya que Él es nuestro mayor bien. Dios es un fin en sí mismo.
Aunque Dios es digno de nuestro mayor respeto y temor reverencial, no es ni distante ni apartado (Santiago 2:23). Él desea intimidad con nosotros. A pesar de los pecados que hemos cometido, de la frecuente insensatez de nuestra forma de pensar, de los ataques de orgullo que manchan nuestro carácter y de los vergonzosos tropiezos de nuestra fe, Dios nos recibe con los brazos abiertos a través de la obra redentora de Su Hijo, Jesús (2 Corintios 5:21; Efesios 2:8-9). Es sorprendente que podamos acercarnos a Dios como a un amigo, pero nunca debemos considerarlo nuestro igual.
El deseo de Dios de intimar con nosotros no es un punto que debamos pasar por alto. A quienes han depositado su fe en Cristo Jesús como Salvador, Él los adopta amorosamente como hijos e hijas (Efesios 1:5) y los anima a llamarlo "Padre" (Romanos 8:15; Gálatas 4:6). Es casi inimaginable que un Dios santo e irreprochable pueda querer a esos huérfanos de rostro sucio, "hijos de la ira" (Efesios 2:3); sin embargo, mediante la sangre purificadora de Jesucristo, los viles y profanos se transforman en hijos amados y en los objetos predilectos de Su más tierno afecto (1 Juan 1:7).
No alcanzaremos la santidad ni la perfección sin pecado en este lado de la eternidad, pero nuestras vidas deben reflejar la pureza inmaculada de Dios. El Señor Jesús nos llamó a ser "la sal de la tierra" (Mateo 5:13). La sal es un conservante, y en estos días de degradación moral, no debemos conformarnos con el comportamiento y el pensamiento de este planeta en decadencia, sino ser embajadores de Cristo y agentes de transformación y renovación (2 Corintios 5:20; Romanos 12:2). Al imitar la santidad de Dios, le honramos a Él y consolamos a los demás.
Dios es santo. En Él no hay ni el más leve rastro de maldad. Él es impecablemente puro, totalmente sin falta, e inflexiblemente justo. Dios no puede mentir. No puede tomar decisiones equivocadas. Es intachable, intemporal y sin pecado. Por el contrario, nosotros somos seres imperfectos manchados por el pecado (Isaías 53:6; 1 Juan 1:8). Con todo derecho, un Dios santo y justo debe juzgar a los pecadores, y la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23); afortunadamente, podemos escapar de la ira de Dios depositando nuestra confianza en Cristo Jesús como Salvador (Hebreos 2:3). Si no fuera por el evangelio de Jesucristo, la santidad de Dios sería el mayor temor de la humanidad, porque ningún pecador puede estar en la presencia de Su deslumbrante gloria. No obstante, mediante un simple acto de fe, los que creen en Jesús como Salvador han recibido el perdón (Mateo 9:6). Para los perdidos la santidad de Dios es un asunto espantoso, pero para los redimidos la santidad de Dios es nuestro mayor bien.