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Pregunta: ¿Qué significa que sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14)?

Respuesta:
La santidad de Dios es un aspecto fundamental de Su carácter. Dios desea—incluso ordena—que Su pueblo busque Su santidad (Levítico 11:44). Imitar un estilo de vida que refleje la santidad de Dios es tan importante que el escritor de Hebreos instó a los cristianos a seguir "la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (Hebreos 12:14).

En el Sermón del Monte, Jesús dijo: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5:8). Las personas que desean vivir en estrecha comunión con el Señor y verlo cara a cara deben apartarse de los intereses egoístas e impíos. Deben buscar "primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mateo 6:33). Los creyentes están llamados a ser como Dios en Su santidad (Efesios 1:4).

El apóstol Pedro instruyó a los creyentes a que "vivan como hijos obedientes de Dios. No vuelvan atrás, a su vieja manera de vivir, con el fin de satisfacer sus propios deseos. Antes lo hacían por ignorancia, pero ahora sean santos en todo lo que hagan, tal como Dios, quien los eligió, es santo. Pues las Escrituras dicen: "Sean santos, porque yo soy santo"" (1 Pedro 1:14-16, NTV). Sin un esfuerzo de por vida hacia la santidad personal, nadie verá al Señor.

Dios debe disciplinar a los hijos que desobedecen voluntariamente y viven para complacerse a sí mismos. A lo largo de las Escrituras, Dios exhorta a Su pueblo a que se esfuerce por cultivar la santidad: "Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación" (1 Tesalonicenses 4:7-8).

El hecho de declarar que sin santidad nadie verá al Señor refleja la anticipación del autor de ver a Cristo a Su regreso (ver 1 Juan 3:2). Este es el punto culminante del pasaje más amplio (Hebreos 12:22-29). Si nuestro objetivo principal es ser como Cristo y verlo cuando regrese, nuestra búsqueda práctica diaria debe encaminarse hacia la pureza total de pensamiento y estilo de vida.

Somos templo del Dios vivo (2 Corintios 6:14-18). A la luz de esta revelación, el apóstol Pablo exhortó: "Queridos amigos, dado que tenemos estas promesas, limpiémonos de todo lo que pueda contaminar nuestro cuerpo o espíritu. Y procuremos alcanzar una completa santidad porque tememos a Dios" (2 Corintios 7:1, NTV). Pablo le dijo a Timoteo: "Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra" (2 Timoteo 2:21).

Encontramos una idea paralela a "sin santidad nadie verá al Señor" en estas palabras de Pablo: "Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios" (Efesios 5:5). De la futura y gloriosa Nueva Jerusalén, el apóstol Juan dijo: "No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero" (Apocalipsis 21:27).

Es vital comprender que, como pueblo redimido del Señor, somos salvos gracias a la obra consumada de Cristo, la ofrenda de Su cuerpo en la cruz (Hebreos 10:10, 14; Efesios 1:4; 1 Corintios 1:2). Hemos sido salvos por Jesús para "llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos" (2 Timoteo 1:9). "Él nos salvó, no por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia. Nos lavó, quitando nuestros pecados, y nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva por medio del Espíritu Santo" (Tito 3:5, NTV).

La santificación se basa en la muerte y resurrección de Jesucristo y en la obra continua del Espíritu Santo que mora en nosotros (Colosenses 1:22; 1 Tesalonicenses 5:23; 2 Tesalonicenses 2:13; Juan 3:5-8; 1 Corintios 6:11). Motivados por el conocimiento de que sin santidad nadie verá al Señor, seguimos esforzándonos al máximo por Cristo, luchando por revestirnos de nuestra "nueva naturaleza, creada para ser a la semejanza de Dios, quien es verdaderamente justo y santo" (Efesios 4:24, NTV).

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