Pregunta: ¿Por qué Jesús sudó sangre en el Jardín de Getsemaní?
Respuesta:
La noche antes de ser crucificado, Jesucristo oró en el Jardín de Getsemaní. Lucas, un médico, registró que el sudor de Jesús era como gotas de sangre: "Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra" (Lucas 22:44). Algunos consideran que la descripción de Lucas es una simple comparación: el sudor de Jesús caía al suelo en gotas grandes y gruesas, como la sangre que gotea de una herida abierta. Sin embargo, existe una condición médica que produce los síntomas descritos y explica la mención de Lucas de la sangre.
La hematidrosis es una enfermedad rara, pero muy real, que hace que el sudor contenga sangre. Las glándulas sudoríparas están rodeadas por pequeños vasos sanguíneos que pueden contraerse y luego dilatarse hasta el punto de romperse, provocando el derrame de sangre en las glándulas sudoríparas. La causa de la hematidrosis es la angustia extrema. En los otros relatos de los evangelios, vemos el nivel de angustia de Jesús: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte" (Mateo 26:38; cf. Marcos 14:34).
La intensa angustia y tristeza que Jesús sintió fue ciertamente comprensible. Siendo Dios, Cristo sabía "todas las cosas que le habían de sobrevenir" (Juan 18:4). Conocía con todo detalle los acontecimientos que iban a suceder poco después de ser traicionado por uno de Sus propios discípulos. Sabía que estaba a punto de someterse a varios juicios donde todos los testigos en Su contra iban a mentir. Sabía que muchos de los que lo habían aclamado como el Mesías solo unos días antes, ahora estarían pidiendo a gritos Su crucifixión (Lucas 23:23). Sabía que iba a ser azotado casi hasta la muerte antes de que le clavaran las puntas de metal en la carne. Conocía las palabras proféticas de Isaías, pronunciadas siete siglos antes, que decían que lo azotarían tanto que quedaría "desfigurada Su apariencia" y "más que el de los hijos de los hombres" (Isaías 52:14 − NBLA). Ciertamente, estas cosas influyeron en Su profunda angustia y dolor, haciendo que sudara gotas de sangre. Pero había más.
La crucifixión se consideraba el método de ejecución más doloroso y tortuoso jamás creado y se usaba con las personas más despreciadas y malvadas. De hecho, el dolor era tan horrible que se inventó una palabra para explicarlo: "excruciante", que literalmente significa "de la cruz". Desde Su arresto en el jardín hasta el momento en que nuestro Señor declaró: "Consumado es" (Juan 19:30), Escrituras registran una sola vez en la que Jesús "clamó a gran voz" (Mateo 27:46). Cuando nuestro Salvador sin pecado cargó sobre Sus hombros el peso de los pecados del mundo, y el Siervo sufriente clamó:: "Elí, Elí, ¿lama sabactani?"—"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46; cf. Salmos 22:1). Sin duda, el dolor espiritual superó ampliamente el intenso dolor físico que el Señor soportó por nosotros.
Al principio de la creación, la historia humana comenzó en un jardín (Génesis 2:8), y cuando el primer Adán pecó contra Dios en este jardín, la muerte entró en el mundo (Génesis 3:6). Miles de años después, Jesucristo, el último Adán (1 Corintios 15:45), entró en otro jardín para aceptar la copa de la mano de Su Padre (Mateo 26:42; Marcos 14:36; Lucas 22:42), y la muerte estaba a punto de ser devorada por la victoria. Aunque el plan de Dios se diseñó antes de la creación del mundo (Efesios 1:4-5), nunca debemos olvidar que su realización tuvo un gran costo. En última instancia, nosotros somos los responsables de la sangre que goteó de nuestro Salvador mientras oraba en el huerto. Y nosotros somos la razón de que el alma de Jesús se sintiera abrumada por el dolor hasta el punto de morir. De hecho, estas gotas de sudor ensangrentado tuvieron un gran costo; nunca olvidemos eso.