Pregunta: ¿Qué significa que hay un tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar (Eclesiastés 3:4)?
Respuesta:
"Tiempo de llorar, y tiempo de reír; Tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar" es una de las catorce temporadas de la vida contrastadas por el rey Salomón en Eclesiastés 3:1-8. Al mirar hacia atrás, Salomón resume todas las actividades humanas "debajo del cielo" (versículo 1). Llega a la conclusión de que la vida es un ciclo continuo de comienzos y finales, altibajos, ganancias y pérdidas. Salomón ha aprendido que hay un tiempo, lugar y propósito designado por Dios para cada momento y que, en última instancia, el Señor tiene el control de todos ellos.
En Eclesiastés 3:4, Salomón se centra en las temporadas emocionales de la existencia humana, emparejando un "tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar" con un "tiempo de llorar, y tiempo de reír". En el hebreo original, la palabra traducida como "lamentarse" significa "observar las costumbres del luto después de la muerte de una persona". El luto es el proceso natural de superar el dolor que se produce tras una pérdida importante. Es normal y saludable guardar luto durante un tiempo después de la muerte de un ser querido. En última instancia, Dios utiliza el duelo para producir sanidad.
El término bailar es igual de directo, significa "moverse siguiendo un patrón; normalmente con acompañamiento musical". Con esta combinación expresiva, Salomón contrasta una reunión funeraria y una fiesta de celebración, como una boda. Los humanos lloran y se lamentan en un funeral, pero ríen y bailan en una boda.
Más adelante, en Eclesiastés 7:2, Salomón explica, "Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón". Aquí Salomón expresa la sabiduría de admitir nuestra propia mortalidad. En un funeral, nos vemos obligados a enfrentar el destino inevitable de toda la humanidad, todos estamos destinados a morir (Job 30:23; Hebreos 9:27).
Dios nos da una oportunidad, esta vida en la tierra, para conocerlo y recibir Su regalo de la salvación. Si vivimos solo para fiestas y diversión, no estaremos preparados para la eternidad.
Las temporadas de luto cumplen un buen propósito: nos recuerdan nuestra necesidad de poner nuestra fe y esperanza en Dios: ""Señor, hazme saber mi fin, Y cuál es la medida de mis días, Para que yo sepa cuán efímero soy. Tú has hecho mis días muy breves, Y mi existencia es como nada delante de Ti; Ciertamente todo hombre, aun en la plenitud de su vigor, es solo un soplo... Sí, como una sombra anda el hombre; Ciertamente en vano se afana; Acumula riquezas, y no sabe quién las recogerá. "Y ahora, Señor, ¿qué espero? En Ti está mi esperanza" (Salmo 39:4–7, NBLA).
El luto forma parte de la experiencia humana. La vida cristiana no es solo alegría y risas. Aunque las temporadas de luto son dolorosas, nos dan la oportunidad de ver el peso de nuestro pecado y la profundidad de nuestra bancarrota espiritual. En su Sermón del Monte, Jesús dijo: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación" (Mateo 5:4). Solo cuando realmente reconocemos y sentimos dolor por la condición deplorable de nuestros corazones, se puede derramar sobre nosotros la gracia y el perdón de Dios. Solo entonces podemos decir, como el salmista, "Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría" (Salmo 30:11).
Hay un tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar, un tiempo de tristeza y de fiesta, de arrepentimiento y de regocijo. En el reino de Dios, los que lloran son bendecidos porque están destinados a bailar y celebrar en la cena de las bodas de Cordero (Apocalipsis 19:7-10). Sus corazones han sido destrozados por su propio pecado y por las profundidades del sufrimiento de este mundo. Sin embargo, recibirán el consuelo de Dios y vivirán con gozo para siempre en la presencia del Señor.