Pregunta: ¿Qué significa que hay un tiempo para amar y un tiempo para odiar (Eclesiastés 3:8)?
Respuesta:
El rey Salomón reflexiona en Eclesiastés 3:8 sobre la frase "Tiempo de amar, y tiempo de odiar". Esta afirmación, aunque desconcertante, puede comprenderse si se examina en su contexto. El versículo forma parte de un extenso pasaje (Eclesiastés 3:1-8) en el que Salomón cataloga catorce tiempos y estaciones contrastados de la vida (nacer y morir, plantar y cosechar, llorar y reír, amar y odiar, etc.). Juntos representan la suma de la actividad humana. Salomón concluye que Dios controla cada momento de nuestra existencia en este mundo. Dios tiene un tiempo apropiado y un buen propósito para cada experiencia (Romanos 8:28).
¿Hay alguna vez un momento para que los cristianos odien? La Biblia menciona varias cosas que Dios odia y que, por tanto, los creyentes también deberían odiar (Apocalipsis 2:6, 15). Jeremías destaca el odio de Dios a la idolatría (Jeremías 44:4-5; ver también Deuteronomio 12:31; 16:22). Isaías y Amós hablan del odio del Señor a la hipocresía (Isaías 1:14-17; Amós 5:21-24). Proverbios 6:16-19 enumera la arrogancia, el engaño, el asesinato, las conspiraciones perversas, las malas inclinaciones, la calumnia y el alboroto como siete cosas detestables para Dios.
El salmista declara: "Los que aman al Señor, aborrezcan el mal; el guarda las almas de Sus santos; los libra de la mano de los impíos" (Salmo 97:10, NBLA). En su literatura sapiencial, Salomón instruye: "El temor del Señor es aborrecer el mal. El orgullo, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa, yo aborrezco" (Proverbios 8:13, NBLA).
Amar a Dios significa odiar el pecado. Toda la verdad del amor de Dios incluye enfadarse por el pecado y sus efectos sobre la humanidad (Salmo 7:11). Jesús se enfureció cuando limpió el templo, pero Su ira no cambió Su naturaleza de Dios amoroso (1 Juan 4:7-21).
"Tiempo de amar y tiempo de odiar" abarca toda la gama de afectos y emociones humanas. Nuestra capacidad tanto de amar como de odiar forma parte del hecho de haber sido creados a imagen de Dios. Por eso, a veces el odio y la ira son manifestaciones de la plenitud e intensidad de nuestro amor.
Jesús explica el alto coste de amarle y seguirle: "Si quieres ser mi discípulo, debes aborrecer a los demás—a tu padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas—sí, hasta tu propia vida. De lo contrario, no puedes ser mi discípulo" (Lucas 14:26, NTV).
Aunque hay ocasiones en que el odio es apropiado, el amor es la característica que define a los verdaderos creyentes (Juan 13:34-35). Jesús nos llama al amor en Sus dos mayores mandatos: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente" y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37, 39, NBLA). Además, nos pide que amemos a nuestros enemigos y oremos por los que nos persiguen (Mateo 5:43-44).
La Escritura está llena de ejemplos de "un tiempo para amar". Amamos porque Cristo nos amó primero (1 Juan 4:7, 19; Romanos 5:8). Incluso nuestra capacidad de amar procede de Él (Gálatas 2:20). Cuando damos de comer a los hambrientos, cuidamos de los pobres y necesitados, visitamos a los enfermos y a los que están en la cárcel, no solo estamos amando y cuidando a la gente, sino que, en última instancia, estamos sirviendo al propio Jesucristo (Mateo 25:34-46). Los creyentes deben ser "afectuosos unos con otros con amor fraternal" (Romanos 12:10), servirse los unos a los otros (Juan 13:1-17) y vivir en unidad con la misma actitud y humildad que Cristo (Filipenses 2:1-4). Todo lo que hagamos debe hacerse con amor (1 Corintios 16:14).
La reflexión de Salomón sobre "un tiempo para amar y un tiempo para odiar" es también un excelente recordatorio para amar a los pecadores, al tiempo que odiamos sus pecados. Dios lo hace perfectamente, pero ¿cómo podemos nosotros, en nuestra imperfección humana, amar a los pecadores como Dios los ama, en santidad y sin malicia? Los amamos compartiendo con ellos la verdad del mensaje del Evangelio para que puedan encontrar el perdón y la liberación del pecado en Jesucristo. Amamos a los pecadores mostrándoles amabilidad, aceptación y respeto, aunque desaprobemos su comportamiento. Odiamos el pecado, no excusándolo, ignorándolo ni participando en él.