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Pregunta

¿Cuáles son las causas y las soluciones para un corazón endurecido?

Respuesta


Para entender mejor las causas y soluciones de un corazón endurecido, es importante comprender el significado bíblico amplio de la palabra "corazón". La Biblia considera que el corazón es el centro de la personalidad humana, que produce las cosas que normalmente atribuiríamos a la "mente". Por ejemplo, las Escrituras nos dicen que el dolor (Juan 14:1); los deseos (Mateo 5:28); el gozo (Efesios 5:19); el entendimiento (Isaías 6:10; Mateo 13:15); los pensamientos y el razonamiento (Génesis 6:5; Hebreos 4:12; Marcos 2:8); y, lo más importante, la fe y el creer (Hebreos 3:12; Romanos 10:10; Marcos 11:23) son producto del corazón. Además, Jesús nos dice que el corazón es portador del bien y del mal y que lo que sale de nuestra boca -bueno o malo- comienza en el corazón (Lucas 6:43-45).

Considerando esto, es fácil ver cómo un corazón endurecido puede adormecer la capacidad de una persona para percibir y entender. El corazón de cualquiera puede endurecerse, incluso el de los cristianos fieles. De hecho, en Marcos 8:17-19 vemos a los propios discípulos de Jesús sufriendo este mal. Los discípulos estaban preocupados por su escasa provisión de pan, y era claro que cada uno de ellos había olvidado cómo Jesús acababa de alimentar a miles de personas con sólo unos pocos panes. Cuestionándoles sobre la dureza de sus corazones, Cristo nos explica las características de esta condición espiritual del corazón como la incapacidad de ver, entender, oír y recordar. Sobre este último aspecto, muchas veces nos olvidamos de cómo Dios nos ha bendecido y de lo que ha hecho por nosotros. Al igual que los discípulos en este caso o los israelitas que vagaban por el desierto, cuando surge una nueva calamidad en nuestras vidas, nuestros corazones generalmente se llenan de miedo y preocupación. Tristemente, esto simplemente revela a Dios la poca fe que tenemos en Su promesa para cuidar de nosotros (Mateo 6:32-33; Filipenses 4:19). Necesitamos recordar no sólo las muchas veces que Dios nos ha provisto bondadosamente en nuestro tiempo de necesidad, sino también lo que nos ha dicho: "No te desampararé, ni te dejaré" (Deuteronomio 31:6; Hebreos 13:5).

El pecado hace que los corazones se endurezcan, especialmente el pecado continuo y no arrepentido. Ahora bien, sabemos que "si confesamos nuestros pecados, [Jesús] es fiel y justo para perdonar nuestros pecados" (1 Juan 1:9). Sin embargo, si no confesamos nuestros pecados, éstos tienen un efecto acumulativo e insensibilizador en la conciencia, lo cual dificulta incluso distinguir el bien del mal. Y este corazón pecador y endurecido equivale a la "conciencia cauterizada" de la que habla Pablo en 1 Timoteo 4:1-2. La Escritura aclara que si continuamos incansablemente en el pecado, llegará un momento en que Dios nos entregará a nuestra "mente depravada" y nos dejará salirnos con la nuestra. El apóstol Pablo escribe sobre la ira y el abandono de Dios en su carta a los Romanos, donde vemos que los "hombres impíos y malvados que detienen la verdad" son finalmente entregados a los deseos pecaminosos de sus corazones endurecidos (Romanos 1:18-24).

El orgullo también hará que nuestros corazones se endurezcan. La "soberbia de tu corazón te ha engañado...que dices en tu corazón: ¿Quién me derribará a tierra?...de ahí te derribaré, dice el Señor" (Abdías 1:3-4). Además, la raíz de la dureza de corazón del Faraón era su orgullo y arrogancia. Incluso frente a las tremendas pruebas y al testimonio de la poderosa mano de Dios, el corazón endurecido del Faraón le hizo negar la soberanía del único y verdadero Dios. Y cuando el corazón del rey Nabucodonosor "se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su gloria... hasta que reconoció que el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place" (Daniel 5:20-21). Por lo tanto, cuando nos inclinamos a hacer las cosas a nuestra manera, pensando que podemos "actuar por nuestra cuenta", sería sabio recordar lo que el rey Salomón nos enseñó en Proverbios 14:12 y 16:25: "Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte".

Entonces, ¿cuál es el antídoto para este tipo de problemas del corazón? Lo primero y más importante es reconocer el efecto que esta enfermedad espiritual tiene en nosotros. Dios nos ayudará a ver la condición de nuestro corazón cuando le pidamos: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón...y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno" (Salmo 139:23-24). Dios puede sanar cualquier corazón una vez que reconocemos nuestra desobediencia y nos arrepentimos de nuestros pecados. Sin embargo, el verdadero arrepentimiento es más que un simple y decidido sentimiento de firmeza. El arrepentimiento se manifiesta en una vida cambiada.

Después de arrepentirnos de nuestros pecados, los corazones duros comienzan a sanarse cuando estudiamos la Palabra de Dios. "¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado...En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti" (Salmo 119:9-11). La Biblia es nuestro manual de vida, ya que "es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia" (2 Timoteo 3:16). Si queremos vivir la vida en plenitud, tal y como Dios quiere, necesitamos estudiar y obedecer la Palabra escrita de Dios, que no sólo mantiene un corazón suave y puro, sino que nos permite ser "bendecidos" en todo lo que hacemos (Josué 1:8; Santiago 1:25).

Los corazones también se pueden endurecer cuando sufrimos percances y decepciones en la vida. Nadie es inmune a las pruebas aquí en la tierra. Sin embargo, al igual que el acero se forja con el martillo del herrero, también nuestra fe puede fortalecerse con las pruebas que encontramos en los valles de la vida. Así como Pablo alentó a los romanos: "Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Romanos 5:3-5).

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