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Pregunta

¿Cuál fue el mensaje de Jesús a la iglesia de Esmirna en Apocalipsis?

Respuesta


Esmirna era una ciudad grande e importante de la costa occidental de Asia Menor, famosa por sus escuelas de medicina y ciencia. Las palabras de Jesús a la iglesia de Esmirna en Apocalipsis 2:8-11 ofrecen una visión de la vida de una congregación del siglo I, y tienen muchas aplicaciones para los creyentes de hoy.

El mensaje procedía del Señor Jesucristo: "El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto" (Apocalipsis 2:8). La identidad del primero y del postrero y del resucitado solo podía ser Jesucristo (ver Apocalipsis 22:13).

Jesús comienza reconociendo sus tribulaciones: "Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás" (Apocalipsis 2:9). En su pobreza física, sin embargo, la iglesia de Esmirna era "rica", es decir, tenía una riqueza espiritual que nadie le podía quitar (Mateo 6:20).

En cuanto a la identidad de la "sinagoga de Satanás", hay un par de opiniones. Una es que se trataba de un grupo de gentiles que se llamaban a sí mismos "judíos" (es decir, el pueblo escogido de Dios). Sin embargo, en lugar de seguir el judaísmo, este autoproclamado "pueblo de Dios" adoraba al emperador romano y hablaba en contra de los cristianos de Esmirna.

Otra opinión es que la "sinagoga de Satanás" era un grupo de judíos físicos que seguían la tradición y la Ley mosaica, pero que en realidad no conocían a Dios. No eran "judíos" en el sentido de que no tenían la fe de su padre Abraham (Lucas 3:8; Juan 8:40), y eran "de Satanás" en el sentido de que habían rechazado a Jesucristo (Juan 8:44). Jesús trató con muchos líderes religiosos de este tipo, al igual que el apóstol Pablo (Mateo 23; Hechos 18:6). De hecho, Pablo diferencia a los judíos "verdaderos" (espirituales) de los que solo pueden alegar una conexión física con Abraham: "Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios" (Romanos 2:28-29).

El hecho de que Policarpo fuera martirizado en Esmirna hacia el año 155 d.C. añade peso a esta última opinión. En el juicio de Policarpo, los judíos incrédulos de Esmirna se unieron a los paganos para condenarlo a muerte. Eusebio escribe que "los judíos, especialmente celosos... corrieron a conseguir combustible" para la hoguera (The Ecclesiastical History 4:15 − Traducción propia).

Después de elogiar a la iglesia de Esmirna por sus victorias espirituales, Jesús advirtió de la persecución que se avecinaba: "No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días" (Apocalipsis 2:10). Algunos de los miembros de la iglesia serían encarcelados, y esta ola de persecución duraría diez días. Sin embargo, Jesús da esperanza a Su iglesia: "No temas en nada", dice. Los creyentes de Esmirna tendrían el valor de afrontar la prueba (Mateo 5:11-12).

Jesús los llama a permanecer fieles en su sufrimiento: "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida" (Apocalipsis 2:10). Aquí se menciona una corona específica para los que mueren a consecuencia del sufrimiento por Cristo. Esta misma "corona de mártir" se menciona también en Santiago 1:12: "Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman".

Jesús hace una última promesa a los creyentes de Esmirna: "El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte" (Apocalipsis 2:11). Los vencedores, o "conquistadores", se refieren a todos los creyentes (1 Juan 5:4-5). La segunda muerte se refiere al juicio final de los impíos (Apocalipsis 20:6, 14; 21:8). Los creyentes no sufrirán ningún "daño" por ese juicio; su pecado fue juzgado en la cruz y, en Cristo, ya no hay condenación (Romanos 8:1).

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