Pregunta
¿Qué dice la Biblia sobre los padres autoritarios o controladores?
Respuesta
A los padres se les instruye para que eduquen a sus hijos en la crianza e instrucción del Señor (Efesios 6:4). Algunos padres, al intentar hacer esto, se vuelven dominantes y excesivamente controladores. Temerosos de que sus hijos cometan errores, algunos padres mantienen un control demasiado estricto sobre sus hijos, provocando a menudo que estos se rebelen. Aunque la Biblia no se refiere directamente a los padres dominantes o controladores, sí ofrece algunas pautas para ayudar a los hijos y a los padres a crear relaciones saludables.
Una de esas pautas es la sumisión mutua. La sumisión es un tema recurrente en todo el Nuevo Testamento (Efesios 5:21). En la iglesia y en el hogar, la sumisión mutua a las necesidades y deseos de los demás es el fundamento de unas relaciones sanas. Cuando los miembros de la familia practican la humildad unos con otros, las conversaciones sustituyen las discusiones. La comprensión sustituye a la ira. Cuando se educa a los niños desde la infancia y se les enseña con dulzura y coherencia, el padre no necesita ser autoritario. La relación se ha establecido. Padre e hijo pueden superar los desacuerdos y las hormonas de la adolescencia sin mayores problemas. Sin embargo, si el padre se rige por el miedo desde los primeros recuerdos del niño, no hay una relación de confianza en la que se pueda construir.
Los hijos deben obedecer a sus padres, incluso cuando son autoritarios o controladores (Efesios 6:1; Colosenses 3:20). Hay que dar honor a los padres, independientemente de si lo merecen o no (Éxodo 20:12; Mateo 19:19). Ahora bien, cuando los padres son sabios y humildes, el hogar es un invernadero saludable para producir futuros adultos sabios y humildes.
Imagina esta escena en un hogar con un padre dominante o controlador:
Papá: ¡Ve a tu habitación y límpiala perfectamente, o estarás castigado durante seis meses!
Niño: ¡Eres odioso! ¡Me escapo!
Papá: ¡No me vas a contestar! Ahora estarás castigado durante un año y te quitaré todos tus aparatos electrónicos.
Niño: Lo limpié el sábado. Mamá dijo que estaba bien.
Papá: Bueno, yo no soy mamá, y digo que lo limpies de nuevo.
No hay manera de que estas interacciones den un buen resultado. Empiezan con ira y terminan con ira. Sin embargo, veamos esta escena en un hogar donde la sumisión mutua ha sido modelada por los padres:
Papá: Tu habitación parecía bastante desordenada cuando pasé por ella hace un momento. ¿Cuándo fue la última vez que la limpiaste?
Niño: El sábado. Mamá dijo que estaba bien.
Papá: Puede que estuviera bien el sábado, pero parece que te has divertido mucho desde entonces. ¿Qué tal si vas a recogerlo de nuevo y yo lo reviso antes de ir a comer pizza?
Niño: No veo por qué tengo que volver a limpiarlo si ya lo he limpiado.
Papá: Porque soy tu papá y te amo. Es mi trabajo entrenarte para que seas responsable con todo lo que Dios te ha dado. No te llevará mucho tiempo. Apuesto a que puedes tenerlo bonito en cinco minutos. ¡Vamos! Te voy a cronometrar. ¿Listo? ¡Adelante!
La diferencia en esos casos es la actitud del padre. En el segundo ejemplo, en lugar de ser autoritario y controlador, el padre aborda la situación de su hijo con franqueza y humildad. Un padre humilde se relaciona con su hijo para lograr sus objetivos. Aprovecha todas las oportunidades para enseñar y modelar el comportamiento correcto, y el niño se da cuenta rápidamente de quién está al mando. Cuando los padres son un modelo de respeto para sí mismos y para sus hijos, éstos aprenden a imitar ese respeto. En lugar de utilizar la fuerza y la presión para controlar las acciones de sus hijos, los padres humildes utilizan la lógica y la coherencia para formar la mente de sus hijos.
Los padres prepotentes actúan por miedo. Utilizando la ira y la acusación, estos padres se enfrentan a sus hijos como adversarios, sin esperanza para solucionar el problema. Consideran que el acuerdo y la negociación son debilidades, en lugar de herramientas con las que pueden enseñar a sus hijos a cumplir de buena gana. Los padres autoritarios temen perder el control de sus hijos, por lo que intentan dirigirlos mediante la intimidación. Esto raramente funciona como esperaban. Los niños naturalmente obedientes se acobardarán y obedecerán exteriormente mientras luchan con la imagen de sí mismos y la confianza. Los niños de voluntad firme desafiarán ese control y terminarán generando más problemas.
Aunque Dios espera que los padres frenen los impulsos juveniles y la insensatez por el propio bien del niño (Proverbios 22:15), también espera que los padres modelen la clase de amor que Él tiene por nosotros. Con frecuencia, Dios compara Su tierno amor por nosotros con el de los padres terrenales (Salmo 103:13). Dios no es autoritario ni controlador. Establece límites sanos, pero nos permite la libertad de elegir si obedecemos o no (Deuteronomio 11:26-28). La desobediencia tiene consecuencias, pero las consecuencias son una forma de aprender. Los padres autoritarios o controladores suelen tener miedo de permitir que sus hijos sufran las consecuencias, y por eso les imponen normas tan estrictas que no tienen la oportunidad de aprender de sus errores.
Dios es el ejemplo perfecto de Padre, y podemos aprender el equilibrio adecuado de la forma en que Él nos educa (1 Juan 3:1). En lugar de ser autoritario, nos guía cuidadosamente por los caminos correctos (Proverbios 3:5-6). En lugar de ser controlador, nos libera para que experimentemos las consecuencias de nuestras decisiones (Génesis 2:16-17; Juan 3:16-18). En lugar de mostrar ira e impaciencia, espera pacientemente a que nos arrepintamos y volvamos a Él (2 Pedro 3:9; Lucas 15:11-32). Algunos de Sus hijos abusan de esa bondad y rechazan Su amor, como lo harán algunos de los nuestros. Sin embargo, Él sabe que un hijo que rechaza el amor de un Padre bondadoso también se rebelará contra uno autoritario. Si permitimos que Dios sea nuestro modelo de crianza, lograremos un equilibrio saludable.
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¿Qué dice la Biblia sobre los padres autoritarios o controladores?