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Pregunta

¿Qué significa robar a Dios (Malaquías 3:8)?

Respuesta


En el libro de Malaquías, Israel fue acusado del delito de robar a Dios. Una vez más, el pueblo de Dios había sido infiel, rompiendo su pacto con el Señor. Sin embargo, el gran amor de Dios le obligó a ofrecer a Su pueblo una última oportunidad de arrepentirse: "Desde los días de sus padres se han apartado de Mis estatutos y no los han guardado. Vuelvan a Mí y Yo volveré a ustedes, dice el Señor de los ejércitos. Pero dicen: ¿Cómo hemos de volver? ¿Robará el hombre a Dios? Pues ustedes me están robando. Pero dicen: ¿En qué te hemos robado? En los diezmos y en las ofrendas. Con maldición están malditos, porque ustedes, la nación entera, me están robando" (Malaquías 3:7-9, NBLA).

La idea de robar a Dios parece inconcebible. Al principio, Israel negó la acusación. Tan endurecida y fría se había vuelto la nación que estaba ciega ante el hecho de que había abandonado su primer amor por el Señor. Entonces Dios explicó específicamente que el pueblo de Israel le estaba robando al llevar al templo sólo una parte de sus diezmos y ofrendas. En su estado tacaño y egocéntrico, estaban engañando a Dios, al no llevarle al templo todo el diezmo y las ofrendas requeridas (cf. Malaquías 1:14).

La ley ordenaba que se diera al Señor el diezmo, o la décima parte, de los productos de la tierra (Levítico 27:30). También se exigían ofrendas específicas. Cuando el pueblo retenía para sí porciones de los diezmos y las ofrendas, infringía la ley y, de hecho, robaba a Dios. Tomaban lo que pertenecía a Dios y lo utilizaban para sí mismos.

Israel estaba robando a Dios al no darle lo que le debía. Así que el Señor llamó al pueblo para que volviera a Él y le pusiera en primer lugar. Dios prometió derramar las más abundantes bendiciones y favores sobre Sus hijos si respondían a Su amor con corazones abiertos: "Traigan todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en Mi casa; y pónganme ahora a prueba en esto», dice el Señor de los ejércitos, si no les abro las ventanas de los cielos, y derramo para ustedes bendición hasta que sobreabunde. Por ustedes reprenderé al devorador, para que no les destruya los frutos del suelo, ni su vid en el campo sea estéril, dice el Señor de los ejércitos. Y todas las naciones los llamarán a ustedes bienaventurados, porque serán una tierra de delicias, dice el Señor de los ejércitos" (Malaquías 3:10-12, NBLA).

Hoy no estamos bajo la ley del Antiguo Testamento, y no estamos obligados a dar el diezmo como Israel; sin embargo, todavía es posible que robemos a Dios cuando no le damos lo que le debemos: nuestro amor, confianza, obediencia, servicio y adoración de todo corazón. Todo lo que tenemos procede de Él: "Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces" (Santiago 1:17, NBLA; ver también 1 Timoteo 6:17). Robamos a Dios cuando somos tacaños con nuestro tiempo -manteniéndolo principalmente para nosotros mismos- y descuidamos la oración, la adoración y el servicio a las necesidades de los demás.

Dios no merece nada menos que lo mejor de nuestro tiempo, atención, obediencia, devoción y recursos. Nuestras billeteras son sólo una parte de la ecuación. Debemos al Señor nuestras propias vidas: "Ustedes saben que no fueron redimidos de su vana manera de vivir heredada de sus padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha: la sangre de Cristo" (1 Pedro 1:18-19, NBLA). Nuestra disposición a expresar la propiedad del Señor sobre nuestras vidas mediante una ofrenda abierta y alegre es lo mínimo que podemos hacer. A Dios le encanta este tipo de adoración generosa (2 Corintios 9:7).

Como hizo con Israel, Dios sigue teniendo abierta la puerta para que nos arrepintamos de nuestra devoción caprichosa y poco entusiasta, y para que vengamos a Su presencia, ofreciéndole todo nuestro ser. Rendir nuestras vidas a Dios significa amarle y confiar en Él con todo nuestro corazón a través de una comunión íntima y diaria. Somos preciosos a Sus ojos (Isaías 43:4). Él siempre cuidará de Sus hijos y nunca nos abandonará: "Yo fui joven, y ya soy viejo, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan. Todo el día es compasivo y presta, y su descendencia es para bendición" (Salmo 37:25-26, NBLA).

Podemos dar libremente a Dios, confiando en que Él derramará más provisión para satisfacer nuestras necesidades de lo que jamás podríamos imaginar: "Den, y les será dado; medida buena, apretada, remecida y rebosante, vaciarán en sus regazos. Porque con la medida con que midan, se les volverá a medir" (Lucas 6:38, NBLA). La protección más segura para no caer en el pecado de robar a Dios es confiar en el amor ilimitado del Señor y entregarnos de todo corazón a Él.

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