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Pregunta

¿En qué se parece el cielo a un tesoro escondido en el campo (Mateo 13:44)?

Respuesta


Jesús utilizó muchas historias breves y metafóricas, llamadas parábolas, para enseñar a oyentes abiertos y receptivos, verdades profundas sobre realidades espirituales. Los verdaderos discípulos de Cristo eran realmente receptivos, pero tenían muchos conceptos erróneos e ideas preconcebidas sobre el Mesías y Su reino. Así, en Mateo 13:1-52, Jesús presenta una serie de siete parábolas para aclarar su comprensión del reino de los cielos. La parábola del tesoro escondido revela mucho sobre la naturaleza y el valor del cielo. Jesús enseñó: "Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va, y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo" (Mateo 13:44).

Aunque breve, esta parábola ilumina varias realidades significativas. Un primer detalle es que el reino de los cielos está oculto a plena vista. El reino de Dios existe en el reino del espíritu y no se puede percibir con sentidos físicos como la vista y el oído. Muchos se perderán el reino de los cielos porque les está oculto por la insensibilidad de sus corazones y la ceguera espiritual (ver Mateo 13:11-17, 14; 2 Corintios 3:14; 4:4). Sin embargo, las personas cuyos ojos han sido abiertos por el Espíritu de Dios discernirán la verdad espiritual y encontrarán el tesoro celestial escondido, por así decirlo, en un campo (ver 1 Corintios 2:12-15).

Una segunda característica que ilustra la parábola es el carácter sorprendente o accidental por el que se descubre el valor del tesoro. Estamos tan atrapados en nuestras vidas, siguiendo nuestro propio camino, que, si Dios no tomara la iniciativa de revelarnos el valor de Su reino, seguiríamos perdidos sin tener ni idea (ver Isaías 53:6; Mateo 18:12-14; Romanos 5:6-8; Efesios 2:8; 1 Juan 4:10, 19). Sin embargo, una vez que nuestros ojos se abren al incomparable valor del Reino, nos llenamos de un profundo e inexpresable gozo (Salmo 4:7; 132:16; Isaías 12:3; 1 Pedro 1:8).

El valor de nuestro tesoro celestial no tiene precio; vale todo lo que tenemos. En la búsqueda del joven rico para conseguir el reino de los cielos, Jesús le aconsejó: "Hay una cosa que todavía no has hecho. Vende todas tus posesiones y entrega el dinero a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Después ven y sígueme" (Lucas 18:22, NTV). Lamentablemente, el joven no vio el valor de lo que Jesús le ofrecía, y se apartó del Salvador (versículo 23).

El apóstol Pablo escribe sobre su cambio de perspectiva tras encontrar el metafórico tesoro escondido en un campo: "Antes creía que esas cosas eran valiosas, pero ahora considero que no tienen ningún valor debido a lo que Cristo ha hecho. Así es, todo lo demás no vale nada cuando se le compara con el infinito valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él, he desechado todo lo demás y lo considero basura a fin de ganar a Cristo y llegar a ser uno con él" (Filipenses 3:7-9, NTV).

Aunque nuestro tesoro celestial lo vale todo, sigue habiendo un precio que pagar: el discipulado tiene un coste. Los buscadores del Reino deben aceptar todos los sacrificios y responsabilidades que conlleva poseer este tesoro. Jesús enseñó a Sus discípulos: "Si alguno de ustedes quiere ser mi seguidor, tiene que abandonar su propia manera de vivir, tomar su cruz y seguirme. Si tratas de aferrarte a la vida, la perderás, pero si entregas tu vida por mi causa, la salvarás. ¿Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma?" (Mateo 16:24-26, NTV).

Mientras vivamos en esta tierra, soportaremos persecuciones, dificultades y pérdidas como creyentes. El tesoro inestimable que encontramos escondido en un campo se guarda ahora en "frágiles vasijas de barro" para dejar "bien claro que nuestro gran poder proviene de Dios, no de nosotros mismos. Por todos lados nos presionan las dificultades, pero no nos aplastan. Estamos perplejos pero no caemos en la desesperación. Somos perseguidos pero nunca abandonados por Dios. Somos derribados, pero no destruidos. Mediante el sufrimiento, nuestro cuerpo sigue participando de la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús también pueda verse en nuestro cuerpo. Es cierto, vivimos...de cara a la muerte, pero esto ha dado como resultado vida eterna para ustedes" (2 Corintios 4:7-12, NTV).

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