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Pregunta

¿Qué sucedió en la Kristallnacht?

Respuesta


La Kristallnacht, una descarga violenta de ilegalidad antisemita, sucedió en Alemania el 9 de noviembre de 1938. Kristallnacht, que significa "Noche de los Cristales Rotos", vio el incendio de sinagogas judías y el vandalismo de hogares, escuelas, cementerios, hospitales y negocios judíos. Durante el tumulto dirigido por los nazis, cerca de cien judíos fueron asesinados; inmediatamente después de la noche de violencia, 30,000 judíos fueron arrestados y llevados a campos de concentración nazis. La Kristallnacht también se conoce como el pogromo de noviembre.

Previo a la Kristallnacht ocurrieron varios eventos clave. Después de que el líder del Partido Nazi, Adolfo Hitler, se convirtiera en canciller de Alemania en 1933, la población judía de Alemania comenzó a enfrentarse a una serie de políticas sancionadas por el gobierno que eran represivas y deshumanizantes. A medida que la propaganda nazi falsamente atribuía las crecientes dificultades económicas y sociales de Alemania a los judíos, los negocios judíos fueron objeto de boicot, los funcionarios públicos judíos fueron despedidos de sus trabajos, los matrimonios entre judíos y arios estaban terminantemente prohibidos, a los estudiantes judíos se les negaba la admisión en las universidades alemanas y se quemaban libros, obras de teatro y música de autores y compositores judíos.

Para el otoño de 1938, estas restricciones en gran parte no violentas dieron paso a la "Solución Final" de Hitler, un eufemismo para la aniquilación total del pueblo judío. La violencia de la Kristallnacht fue desencadenada por el asesinato de Ernst vom Rath, un diplomático alemán en París. El tirador fue Herschel Grynszpan, un adolescente judío cuyos padres habían sido exiliados por la fuerza de su hogar en Hanover, Alemania, a Polonia. El ministro de propaganda del Partido Nazi, Joseph Goebbels, utilizó el ataque del adolescente contra el diplomático para avivar las llamas del antisemitismo. Comenzando con la "Noche de Cristales Rotos", o Kristallnacht, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, unos 6 millones de judíos europeos fueron implacablemente perseguidos y asesinados en lo que ahora se conoce como el Holocausto.

El antisemitismo no tiene lugar en el auténtico cristianismo. La hostilidad hacia el pueblo judío es dolorosa, abominable e inexcusable — un azote que nunca debería contaminar las palabras, acciones, comunicaciones o enseñanzas de los seguidores de Cristo nacidos de nuevo. Como creyentes, nunca debemos olvidar las innegables raíces judías de nuestra fe, ni debemos olvidar la deuda que tenemos con el pueblo elegido por Dios.

El apóstol Pablo, que escribió gran parte del Nuevo Testamento, era un judío devoto de credenciales impecables: "circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo" (Filipenses 3:5). Después de su conversión en el camino a Damasco, Pablo cambió los ritos, reglas y rituales del judaísmo por el evangelio de Jesucristo, pero nunca perdió su amor por sus compatriotas judíos. Por el contrario, Pablo escribió: "Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén" (Romanos 9:1-5).

Por amor a su pueblo, el apóstol Pablo habría renunciado a su salvación si tal intercambio fuera posible. Así como Pablo consideró el valor de los judíos más allá de su propia alma, seguramente, nunca debemos hablar o actuar de manera que ofenda al pueblo amado escogido por Dios, la niña de Sus ojos (Zacarías 2:8). Recordemos que Dios se reveló primero a los judíos, mientras el resto del mundo se inclinaba ante dioses míticos e ídolos grotescos hechos de madera, metal y piedra. Y recordemos también que nuestro Señor Jesucristo nació judío, descendiente del rey David, el monarca más grande de Israel (Mateo 1; Apocalipsis 22:16). Maltratar a los judíos es una ofensa que provoca la ira de Dios (Génesis 12:3).

Lamentablemente, Estados Unidos y Europa están experimentando nuevos y frecuentemente violentos brotes de antisemitismo. La hostilidad hacia los judíos está en aumento, y no necesariamente proviene del elemento marginal de la sociedad. Muchos políticos, artistas y periodistas muestran su desprecio hacia los judíos en palabras y acciones que van desde lo sutil a lo evidente. A medida que el antisemitismo gana impulso, aquellos que participan en este prejuicio estarán cayendo directamente en las manos de Satanás. A diferencia de los cristianos de Alemania, que guardaron silencio durante la Noche de los Cristales y la campaña nazi para aniquilar al pueblo judío, que nunca se diga que la Iglesia del siglo XXI se quedó de brazos cruzados mientras un mundo incrédulo renovaba su campaña de odio contra el pueblo judío.

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