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Pregunta

¿Quién fue el rey Joacim en la Biblia?

Respuesta


Joacim (llamado Eliaquim al nacer, 2 Crónicas 36:4) fue uno de los últimos reyes de Judá antes del cautiverio babilónico. Joacim era hijo del buen rey Josías (Jeremías 26:1) de Judá. Su madre se llamaba Zebuda (2 Reyes 23:36). El padre de Joacim, el rey Josías, había devuelto Judá al Señor, derribando los santuarios de ídolos y restaurando la obediencia a la Ley de Dios (2 Reyes 23:19-25). Tras la muerte de Josías, su hijo Joacaz fue elegido rey por el pueblo. Pero, como ocurría a menudo en aquella época, Joacaz no siguió los pasos de su padre, sino que "hizo lo malo ante los ojos del Señor" (2 Reyes 23:32, NBLA). Joacaz sólo reinó tres meses antes de ser llevado al cautiverio por el rey de Egipto, que sustituyó a Joacaz por su hermano Eliaquim (2 Reyes 23:26; 2 Crónicas 36:5). El rey egipcio rebautizó a Eliaquim, de 25 años, como "Joacim".

Joacim también hizo lo malo a los ojos del Señor (2 Reyes 23:37). Debido al pecado continuo e impenitente de la nación de Judá, Dios envió ejércitos invasores para capturarlos y esclavizarlos. El rey Nabucodonosor llevó cautivo a Joacim, lo encadenó y lo transportó a Babilonia (2 Reyes 24:1; 2 Crónicas 36:6). Fue en esta época cuando Daniel y sus tres amigos también fueron llevados a Babilonia (Daniel 1:1-2). Joacim regresó más tarde a Jerusalén, aunque tuvo que actuar como siervo de Nabucodonosor durante tres años y pagarle tributo.

Durante el tiempo en que el rey Joacim reinó como vasallo de Babilonia, el profeta Jeremías predicó en Jerusalén. Su mensaje era que la invasión babilónica era el castigo de Dios por el pecado de Judá y que los hebreos debían arrepentirse. Joacim pidió que se leyera el rollo de Jeremías en su corte. Pero, al leer cada tres o cuatro columnas del rollo, "lo rasgó el rey con un cortaplumas de escriba, y lo echó en el fuego que había en el brasero, hasta que todo el rollo se consumió sobre el fuego que en el brasero había". El rey y todos sus asistentes que oyeron todas estas palabras no mostraron temor, ni rasgaron sus vestiduras" (Jeremías 36:23-24). En lugar de prestar atención a la advertencia de Dios, Joacim endureció su corazón e intentó destruir la Palabra de Dios (ver Jeremías 25:1-4). Anteriormente, Joacim había asesinado al profeta piadoso Urías (Jeremías 26:20-23).

Joacim reinó once años (2 Reyes 23:36; 2 Crónicas 36:5). Jeremías reescribió el rollo que Joacim había quemado, y Dios pronunció juicio sobre el rey: "Por tanto, así dice el Señor acerca de Joacim, rey de Judá: No tendrá quien se siente sobre el trono de David, y su cadáver quedará tirado al calor del día y a la escarcha de la noche" (Jeremías 36:30, NBLA). "Será enterrado como un burro muerto: ¡arrastrado fuera de Jerusalén y arrojado fuera de las puertas!" (Jeremías 22:19, NTV). Esta profecía se cumplió cuando, en el undécimo año del reinado de Joacim, dejó de pagar tributo a Babilonia. Nabucodonosor respondió sitiando Jerusalén. Según Josefo, Joacim fue asesinado durante el asedio, y su cuerpo fue lanzado por encima del muro de la ciudad.

Tras la innoble muerte de Joacim, su hijo Joaquín le sucedió como nuevo rey de Judá. Joaquín reinó sólo tres meses y diez días (2 Crónicas 36:9) antes de que él también fuera llevado a Babilonia mientras el rey extranjero nombraba a su sucesor (2 Crónicas 36:10). Este nombramiento de reyes por el pueblo o por ejércitos invasores estaba muy lejos de la santa unción de los escogidos de Dios por Sus profetas en días pasados. El hecho de apartar a Dios del proceso político de Judá era otro indicio de hasta qué punto el pueblo judío se había alejado de su Dios.

De la vida del rey Joacim podemos aprender que la paternidad piadosa no garantiza necesariamente hijos piadosos. Muchas veces, en la historia de Israel y Judá, la Biblia registra que los hijos de buenos reyes y profetas "hicieron lo malo ante los ojos del Señor" (2 Reyes 21:1-2; 1 Samuel 8:3) y no siguieron los caminos de sus padres. Dios hace responsable a cada individuo de su obediencia a Su dirección (Deuteronomio 24:16). El rechazo voluntario de la Palabra de Dios por parte del rey Joacim y su destino posterior son una ilustración perfecta de la insensatez de la desobediencia. "El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina" (Proverbios 29:1).

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