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Pregunta

¿Por qué Dios permitió que Satanás entrara al Jardín del Edén?

Respuesta


Génesis 3 explica cómo entró el pecado al mundo, pero no dice claramente por qué Dios permitió la entrada de Satanás al Jardín del Edén. Sin embargo, se puede encontrar una respuesta viable en el plan de salvación de Dios.

El relato de Génesis muestra que Dios creó a Adán y Eva, el primer hombre y la primera mujer de la raza humana. Fueron creados perfectos y sin pecado, y Dios les dio todo lo que necesitaban para disfrutar y prosperar. Él hizo todo esto por Su infinito e incondicional amor por ellos. Dios deseaba que lo amaran y expresaran ese amor a través de una obediencia fiel.

Para demostrar que el amor era genuino, Dios le dio a Adán, a Eva, y a todos demás, la libertad de escoger. Podemos decidir amar o no amar, obedecer a Dios o desobedecerlo, hacer el bien o el mal. Si nunca se hubiera permitido que la voluntad humana fuera puesta a prueba, entonces las personas no serían más que robots. Dios podría habernos creado para amarlo y obedecerlo de forma automática. Podría haber colocado una cerca alrededor del Jardín del Edén y no haber permitido nunca que la humanidad fuera tentada. Pero el deseo de Dios era y es que las personas Lo amen sinceramente, Lo obedezcan voluntariamente, y Lo adoren de todo corazón (Deuteronomio 10:12–13; Mateo 22:37; Juan 14:15; 1 Juan 4:19).

Dios les impuso una restricción a Adán y Eva. Les mandó, "De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás" (Génesis 2:16–17). El árbol era la prueba de Dios para la obediencia y amor.

Incluso cuando Adán y Eva estaban en el paraíso sin pecado, la rebelión y el mal ya habían entrado a la creación a través de la caída del ángel Lucifer (Isaías 14:12–15). Lucifer fue creado perfecto y hermoso y pudo haber estado en el Jardín del Edén antes de su rebelión (ver Ezequiel 28:13). La desgracia de Lucifer fue su arrogante deseo de ser "como el Altísimo" (Isaías 14:14 − NTV). Luego de su caída, Lucifer pasó a ser conocido como Satanás o el diablo. El mal y el pecado entraron al mundo a través de la rebelión de Lucifer.

Satanás tentó a Eva con el mismo pecado que él había cometido: la ambición de ser como Dios (Génesis 3:4–5). Tanto el árbol como Satanás presentaron una prueba. Eva mordió el anzuelo de Satanás, Adán eligió seguir a Eva en el pecado y la caída de la humanidad fue completa (Romanos 5:12). La pareja y todos los humanos que vinieron después pagarían las consecuencias de su desobediencia, empezando con la separación de Dios. El pecado rompe nuestra comunión con Dios. Nacemos en un estado de enemistad con nuestro Creador, por lo que todos necesitamos desesperadamente un Salvador que nos reconcilie y restaure nuestra relación con Dios (Romanos 3:9–12, 23; Salmos 51:5; Efesios 2:3).

¿Por qué Dios permitió que Satanás entrara al Jardín del Edén? En el mejor de los casos, podemos especular que Dios lo permitió como medio para poner a prueba el amor y la obediencia de Adán y Eva. ¿Por qué permitió Dios que Su amada creación cayera en el pecado? Estas preguntas no tienen respuestas definitivas en la Biblia. El evangelio no nos dice todo lo que queremos saber, pero Dios, a través de Su Palabra, nos proporciona todo lo que necesitamos (2 Timoteo 3:16–17; 2 Pedro 1:3). Podemos aferrarnos con firmeza a la verdad que revelan las Escrituras. Sabemos que Dios es bueno, sabio y amoroso (Lucas 18:19; Génesis 50:20; 1 Juan 4:8, 16). Todo lo que Él hace es para nuestro bien, con un propósito bueno y amoroso (Romanos 8:28, 31–38).

Algunas cosas están ocultas para nosotros en las Escrituras y no nos corresponde saber: "Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley" (Deuteronomio 29:29). Se nos permite explorar, investigar y descubrir mucho en la Palabra de Dios, pero hay un conocimiento infinito más allá de nuestro alcance finito (Salmos 44:21; Daniel 8:26; Romanos 11:33; 16:25). Cuando nos encontramos con preguntas sin respuesta, debemos estar dispuestos a aceptar lo que Dios no ha revelado y aferrarnos a lo que sí ha revelado.

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