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Pregunta

¿Acaso todos los caminos conducen a Dios?

Respuesta


Si Bethel, una ciudad remota en la costa occidental de Alaska, es tu destino, llegarás en barco a través del río Kuskokwim o por aire. Los viajeros y turistas notarán que no hay carreteras que conduzcan a Bethel, excepto una. Cada enero, turistas y lugareños animan a sus mushers favoritos en la carrera de trineos con perros Kuskokwim 300, una competencia de trescientos millas que va desde Bethel hasta Aniak y de regreso. Es ese camino cubierto de nieve utilizado por los trineos el único camino que lleva a Bethel.

Declarar que todos los caminos conducen a Bethel sería una mentira, porque el único camino que lleva allí comienza en Aniak y se distingue por las huellas entrecruzadas de los trineos y la acumulación de nieve compactada. Hace mucho tiempo, Satanás susurró: "Todos los caminos llevan a Dios", y muchas personas han aceptado esta mentira como verdad. Pero no todos los caminos conducen a Dios.

Jesús dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí" (Juan 14:6, NBLA). Jesús no dijo: "Yo soy un camino". No leemos que Cristo proclamara: "Soy uno de muchos caminos". En la afirmación de Jesús hay exclusividad, y debemos tomarlo en serio o rechazarlo como un fanfarrón lleno de orgullo. No hay punto medio.

Este punto lo explica bien el trilema de C. S. Lewis: "Estoy tratando de evitar que alguien diga la tontería que muchas personas suelen decir acerca de él: "Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro moral, pero no acepto su afirmación de ser Dios". Eso es lo único que no debemos decir. Un hombre que era solo un hombre y dijo las cosas que Jesús dijo no sería un gran maestro moral. Sería un lunático, al nivel del hombre que dice ser un huevo escalfado, o el mismo demonio del infierno. Debes elegir. Este hombre era y es el Hijo de Dios, o un loco o algo peor. Puedes callarlo por insensato, puedes escupirle y matarlo como a un demonio o puedes caer a sus pies y llamarlo Señor y Dios, pero no vengamos con ninguna tontería condescendiente sobre él siendo un gran maestro humano. No nos ha dejado esa opción. No fue su intención" (Mero Cristianismo, 1952, p. 55–56).

Mahoma, Confucio, el Dalai Lama, Mary Baker Eddy, Joseph Smith, Charles Taze Russell y muchas otras voces que buscan la atención del mundo no hablan con la autoridad de Jesucristo. Cada una de estas personas proclama otro camino a Dios, pero los caminos pavimentados con sus enseñanzas no conducen a Dios, sino a los peligros del terrible juicio divino. Solo Jesús puede hablar con autoridad sobre el camino al cielo, porque "el que viene del cielo, es sobre todos. Y lo que vio y oyó, esto testifica" (Juan 3:31–32).

Nicodemo, un líder religioso en Jerusalén, visitó a Jesús de noche (Juan 3:1–2). Habiendo oído de los milagros de Jesús, este fariseo respetado deseaba fervientemente una audiencia con Él. Nicodemo comenzó la conversación con una declaración halagadora: "Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que Tú haces si Dios no está con él" (versículo 2, NBLA).

En lugar de responder al saludo de Nicodemo, Jesús declaró que, a menos que uno nazca de nuevo, no podrá entrar en el reino de Dios (Juan 3:3). Solo hay un camino a Dios. Sin un renacimiento sobrenatural, no hay salvación.

¿Pero podría el camino a este renacimiento espiritual encontrarse también en las enseñanzas de Mahoma, Krishna o cualquier "poder superior" que uno elija? Notemos lo que Jesús dijo más adelante en la conversación: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). Jesús no dijo: "Porque Dios amó tanto al mundo que envió a Mahoma, Confucio, Odín, Zeus o cualquier otro, para que quien crea en ellos tenga vida eterna". El plan de salvación de Dios involucra a su "Hijo unigénito". Solo hay un camino a Dios.

Jesús vino para que el mundo pudiera ser salvo por él. Sin él, no hay salvación, solo juicio: "El que cree en Él no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y este es el juicio: que la Luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la Luz, pues sus acciones eran malas" (Juan 3:18–19, NBLA). Según las propias palabras de Jesús, cualquiera que no cree en Él ya está condenado.

La afirmación de exclusividad de Jesús resulta ofensiva para algunos. Por ello, los creyentes que rechazan la inclusividad y tolerancia del mundo son avergonzados. En algunos países, los cristianos son incluso torturados y asesinados por su fe. Jesús predijo la persecución de sus seguidores: "El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre" (Mateo 10:21–22).

No hay muchos caminos a Dios, solo uno. Dios "declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan" (Hechos 17:30, NBLA), porque "en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12). No hay otro camino a Dios, así que "¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?" (Hebreos 2:3, NBLA).

Las Escrituras dicen que cualquiera que enseñe otro camino de salvación es un falso maestro en peligro de condenación (Gálatas 1:6-9). Los que proclaman: "Todos los caminos conducen a Dios", son pervertidores del Evangelio y negadores de "la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Judas 1:3).

Los residentes de edificios de apartamentos altos agradecen tener una escalera de incendios. Si el edificio en el que viven se viera de repente envuelto en llamas y los ascensores dejaran de funcionar, los residentes probablemente no se quejarían de su falta de opciones para encontrar una salida. Más bien, tomarían con gratitud la única vía de escape que tienen a su disposición. El hecho de que Jesucristo sea la única "salida de incendios" para rescatarnos de la certeza del infierno no debería ser motivo de consternación, sino de alabanza.

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