Pregunta
¿Cómo puede un cristiano dejar de temer la ira y el castigo de Dios?
Respuesta
La Biblia confirma que todas las personas son culpables ante Dios y merecen Su ira y castigo por el pecado (Salmo 51:3-5; Romanos 3:9-26). Sin embargo, mediante el sacrificio de Jesucristo en la cruz, Dios proporciona los medios para eliminar nuestra culpa y temor al castigo (Isaías 53:10-12; Hebreos 9:14; Juan 1:29). La muerte y resurrección de Jesús abrieron el camino para que los creyentes experimentaran las bendiciones y la libertad de estar en una relación correcta con Dios (2 Corintios 5:21). Los cristianos pueden dejar de temer la ira y el castigo de Dios porque la sangre de Jesucristo, el Cordero de Dios, los limpia de todo pecado (Hebreos 10:11-14; 1 Juan 1:7).
Satanás es "mentiroso y padre de mentira" (Juan 8:44). Es "el acusador de nuestros hermanos" que "los acusaba delante de nuestro Dios día y noche" (Apocalipsis 12:10). Nuestro adversario, el diablo, intenta separarnos de Dios con temores infundados sobre la ira, el juicio y el castigo. Sin embargo, el temor es una de las trampas de Satanás para mantenernos ineficaces e inútiles en el reino de Dios (1 Pedro 5:8-9).
Los creyentes pueden dejar de temer la ira de Dios y de vivir bajo el peso de la culpa porque "ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús" (Romanos 8:1, NTV). Jesús dio Su vida para acallar la voz de nuestro acusador. Satanás ya no puede incriminarnos (Romanos 8:33-34). El apóstol Pablo escribe: "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros . . . Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 8:33-39).
Una vez que una persona se arrepiente y es salva, aún debe luchar contra la tentación y el mal (1 Juan 1:8). Pero las Escrituras dicen: "si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:8-9, NTV; ver también Proverbios 28:13). Un cristiano ya no debe vivir con una conciencia culpable (Hebreos 10:22). No obstante, los creyentes deben estar preparados para una batalla continua y de por vida contra la tentación y el pecado (Romanos 7:14-25; ver también 1 Juan 1:8).
Afortunadamente, Jesús comprende nuestras debilidades, y Él y el Espíritu Santo actúan como nuestros abogados celestiales, intercediendo continuamente por nosotros ante Dios (Romanos 8:26-27, 34; Hebreos 4:15; 7:27; 1 Juan 2:1-2). También recibimos la armadura de Dios (Efesios 6:11-20; Romanos 13:12) para "pelear la buena batalla de la fe" (1 Timoteo 6:12). Cuando no alcanzamos la meta, confesamos nuestros pecados y recibimos el perdón de Dios. La sangre de Cristo ya ha pagado el precio de todas nuestras ofensas, pasadas, presentes y futuras (1 Pedro 1:18-19; 2 Corintios 5:19; 1 Juan 2:2).
La santificación no es instantánea, sino una obra en progreso (2 Corintios 3:18; 2 Tesalonicenses 2:13). La vida cristiana está destinada a ser "un sacrificio vivo y santo" (Romanos 12:1-3) mediante el cual Dios nos transforma poco a poco en la imagen de Su Hijo (Filipenses 3:12-14; Efesios 4:15; 1 Tesalonicenses 4:3-7; Hebreos 12:14; 2 Pedro 3:18).
Es correcto que los cristianos tengan un temor sano, respetuoso y reverencial de Dios y de Su santidad (1 Samuel 12:24; Proverbios 1:7; Hebreos 12:28-29; Apocalipsis 14:7). Pero no tenemos que temer Su ira y castigo divinos, que están reservados para los impíos, desobedientes e inicuos que rechazan la oferta de salvación de Dios en Jesucristo (Romanos 1:18-20; Mateo 25:31-33, 41-45; Efesios 5:6; Colosenses 3:6; 2 Pedro 2:4-9).
Los cristianos pueden dejar de temer la ira y el castigo de Dios, porque Su amor perfecto echa fuera el temor (1 Juan 4:18). El perdón, la compasión y la misericordia del Señor son infinitos y eternos para quienes ponen su fe y confianza en Él (Éxodo 34:5-7; Nehemías 9:16-17; Isaías 43:25; Miqueas 7:18-20; Filipenses 3:13-14). Los creyentes pueden regocijarse y descansar en la reconfortante promesa de Cristo: "Les digo la verdad, todos los que escuchan mi mensaje y creen en Dios, quien me envió, tienen vida eterna. Nunca serán condenados por sus pecados, pues ya han pasado de la muerte a la vida" (Juan 5:24, NTV).
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