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Pregunta

¿Cuál es el gran mandamiento?

Respuesta


Esta misma pregunta se la hizo a Jesús un fariseo que se consideraba "un experto en la ley" (Mateo 22:34-36). Jesús respondió diciendo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas" (Mateo 22:37-40).

Jesús nos da dos mandamientos que resumen todas las leyes y mandatos de las Escrituras. Los Diez Mandamientos del Éxodo 20 tratan de nuestra relación con Dios y luego de nuestra relación con los demás. Uno fluye naturalmente del otro. Sin una relación correcta con Dios, nuestras relaciones con los demás tampoco serán correctas. La causa de los problemas del mundo es que el hombre necesita reconciliarse con Dios. Nunca amaremos a nuestro prójimo como a nosotros mismos si no amamos primero a Dios con todo nuestro corazón, mente y alma. Todos los mejores esfuerzos del hombre hacia la paz mundial fracasarán mientras los hombres vivan en rebelión contra Dios.

Cuando otro fariseo le preguntó cómo se podía "heredar la vida eterna", Jesús respondió que es guardando estos dos mandamientos (Lucas 10:25-37). Solo hay que obedecer dos mandamientos, pero cuántas veces, como este fariseo, tratamos de "justificarnos" porque decir que obedecemos estos mandamientos es mucho más fácil que vivir realmente de acuerdo con ellos.

Cuando se considera detenidamente, la respuesta de Jesús fue en realidad una respuesta perfecta no solo al fariseo de Su tiempo, sino también a todos los "fariseos" de hoy en día que intentan medir la rectitud de una persona por lo bien que se ajusta exteriormente a una serie de leyes o mandamientos. Tanto los fariseos de la época de Cristo como las numerosas versiones actuales crean todo un sistema de normas y reglamentos para que la gente viva de acuerdo con ellos y, sin embargo, son culpables de quebrantar los mandamientos más importantes de todos porque "limpian el exterior del vaso y del plato, pero no el interior" (Mateo 23:25-26).

Cuando consideramos en oración las palabras de Jesús y el hecho de que todas las leyes y mandamientos de las Escrituras pueden resumirse realmente en estos dos mandamientos, comprendemos lo imposible que es para nosotros cumplir los mandamientos de Dios y la frecuencia con la que no lo hacemos y, por lo tanto, nunca podremos ser justos ante Dios por nuestra propia voluntad. Eso solo nos deja una esperanza, y es que Dios "justifica a los impíos" (Romanos 4:5). La ley de Dios y nuestro fracaso en cumplirla "produce ira" (Romanos 4:15), pero "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8).

Aunque nunca guardaremos los mandamientos de Dios ni seremos justos ante Él por nuestros propios esfuerzos, Cristo sí lo hizo. Es Su muerte sacrificial en la cruz la que hace que nuestros pecados le sean imputados a Él y Su justicia nos sea imputada a nosotros (Romanos 4-5). Por eso "si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (Romanos 10:9-10). Al fin y al cabo, el Evangelio de Cristo "es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree", ya que "el justo por la fe vivirá" (Romanos 1:16-17).

Puesto que Jesús respondió a esta misma pregunta y Su respuesta está registrada en las Escrituras, no tenemos que preguntarnos ni buscar la respuesta nosotros mismos. La única pregunta que nos queda por responder es si vivimos de acuerdo con estos mandamientos. ¿Amamos de verdad a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y amamos de verdad a nuestro prójimo como a nosotros mismos? Si somos sinceros con nosotros mismos, sabemos que no, pero la buena noticia es que la ley y los mandamientos fueron dados como "nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe" (Gálatas 3:24). Solo cuando nos demos cuenta de nuestra pecaminosidad y desesperanza nos volveremos únicamente a Cristo como única esperanza de salvación.

Como cristianos, nos esforzamos por amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, y a medida que nuestros corazones y mentes son transformados por la presencia permanente del Espíritu Santo, somos capaces de empezar a amar a los demás como a nosotros mismos. Sin embargo, seguimos sin hacerlo, lo que nos lleva de nuevo a la cruz de Cristo y a la esperanza de la salvación que procede de la justicia imputada de Cristo y no de ningún mérito propio.

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