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Pregunta

¿Es pecado ser gay?

Respuesta


Para responder a la pregunta "¿Es pecado ser gay?", necesitamos cuestionar algunas suposiciones en las que se basa la pregunta. En los últimos cincuenta años, el término gay, aplicado a la homosexualidad, ha interrumpido en la cultura dominante, y se nos dice que "ser gay" está tan fuera de nuestro control como "ser bajito" o tener el cabello rubio. Así pues, la pregunta está formulada de forma capciosa y es imposible responder adecuadamente de esa forma. Necesitamos dividir esta pregunta y tratar cada aspecto por separado. En lugar de preguntar, "¿Es pecado ser gay?", necesitamos preguntar, "¿Es pecado tener atracciones hacia el mismo sexo?" Y, "¿Es pecado participar en actividades homosexuales debido a esas atracciones?"

Respecto a la primera pregunta, "¿Es pecado tener atracciones hacia el mismo sexo?", la respuesta es complicada. Primero, probablemente deberíamos distinguir entre pecar (activamente) y ser tentado (pasivamente):

Ser tentado no es un pecado. Jesús fue tentado, pero nunca pecó (Mateo 4:1; Hebreos 4:15). Eva fue tentada en el jardín, y la fruta prohibida definitivamente le atraía, pero parece que no pecó hasta que tomó la fruta y la comió (Génesis 3:6–7). Una lucha con la tentación puede llevar al pecado, pero la tentación en sí misma no es un pecado.

El problema con la atracción hacia el mismo sexo, o la sensación de "ser gay," es que es una atracción hacia algo que Dios ha prohibido, y cualquier deseo por algo pecaminoso tiene finalmente sus raíces en el pecado. Nuestra naturaleza ha sido tan infectada con el pecado que lo que es malo a menudo nos parece bueno. El pecado nos hace ver el mundo y nuestras propias acciones desde una perspectiva distorsionada. Nuestros pensamientos, deseos y actitudes se ven afectados. La Escritura dice que somos pecadores por naturaleza (Romanos 5:12). Por lo tanto, la atracción hacia el mismo sexo, en sí, no siempre es un pecado activo y voluntario, sino que surge de la naturaleza pecaminosa. La atracción hacia personas del mismo sexo es siempre, de alguna manera, una expresión de la carne, o de la naturaleza caída.

Los seres humanos pecadores que viven en un mundo pecador (Romanos 3:23) son bombardeados con curiosidades, intereses y oportunidades que nos alejarían de Dios. Nuestro mundo está lleno de frutos prohibidos, incluyendo la tentación de "ser gay". Un hombre felizmente casado puede sentirse repentinamente atraído por su nueva compañera y luchar con esos sentimientos todos los días. Un alcohólico sobrio puede luchar con el deseo continuo de beber, incluso años después de estar sobrio. Esos deseos no representan una elección activa de pecar, aunque proceden de la naturaleza pecaminosa. Son parte de ser una criatura caída que vive en un mundo caído.

Algunas personas, que admiten tener pensamientos de "ser gay," por una variedad de razones, no se sienten atraídas románticamente por miembros del sexo opuesto. En cambio, anhelan la intimidad con alguien de su propio género. Las causas de esta atracción por el mismo sexo, desde el punto de vista humano, son variadas y objeto de debate, pero el hecho es que esta tentación es real. Muchos que luchan con la atracción hacia el mismo sexo informan que han sufrido durante años deseando que las cosas fueran diferentes. Las personas no siempre pueden controlar cómo o qué sienten, pero pueden controlar qué hacen con esos sentimientos (1 Pedro 1:5–8). Y todos tenemos la responsabilidad de resistir la tentación (Efesios 6:13). Todos debemos ser transformados mediante la renovación de nuestra mente (Romanos 12:2) y "llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (2 Corintios 10:5).

La segunda parte de esta pregunta, "¿Es pecado participar en actividades homosexuales debido a esas atracciones?", tiene una respuesta más sencilla. Ser atraído hacia una relación moralmente prohibida no es un pecado activo; es una tentación. El pecado ocurre cuando nos detenemos en los pensamientos erróneos que la tentación genera, o cuando cedemos a la tentación. Sentir una atracción hacia el mismo sexo no es un pecado activo y voluntario, pero ceder a esa inclinación y participar en relaciones homosexuales sí lo es.

Nuestra cultura asegura a los homosexuales que nacieron gays y que la sexualidad confusa debe celebrarse, no superarse. Así que tenemos una generación entera de niños y adolescentes que nunca conocieron un tiempo en que la homosexualidad era considerada anormal. En las escuelas primarias y secundarias, ahora es moda llamarse a sí mismo "gay" o "bi" o usar cualquier otro de los modismos sexuales sin entender realmente su significado, o las implicancias morales y eternas.

Todos somos pecadores, nacidos con una naturaleza que solo quiere complacerse a sí misma. Los deseos pecaminosos en nosotros varían de persona a persona, pero la raíz es la misma (Romanos 3:11). Cuando nos damos cuenta de lo quebrantados que estamos y de que no podemos tener comunión con un Dios santo en tal estado deplorable, aceptamos con gratitud el sacrificio de Jesús en la cruz por nosotros (2 Corintios 5:21). Él pagó el precio que debíamos a Dios por nuestra traición contra nuestro Creador. También pagó la pena por el pecado de la homosexualidad, al igual que lo hizo por el orgullo, la violación, el adulterio y el robo. Esos pecados, y mil más, son los que nos separan de Dios y nos condenan a una eternidad sin Él. No podemos seguir definiéndonos por los mismos pecados que crucificaron a Jesús, y al mismo tiempo suponer que estamos bien con Dios. Primera de Corintios 6:9–10 enumera muchos de los pecados que los corintios practicaban (la homosexualidad está en la lista). Pero el versículo 11 les recuerda, "Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios". En otras palabras, algunos de los corintios, antes de ser salvos, vivían estilos de vida homosexuales; pero no hay pecado demasiado grande para el poder purificador de Jesús. Una vez limpios, ya no estamos definidos por el pecado.

El comportamiento homosexual no condenará a una persona más rápidamente que el orgullo o la avaricia o el adulterio. Sin Cristo, estamos perdidos, ya sea gay, hetero o asexual. Pero, cuando entregamos nuestras vidas al señorío de Jesús, Él nos da una naturaleza nueva (2 Corintios 5:17). Él destruye el poder que el pecado una vez tuvo sobre nosotros (Romanos 6:1–7). La vieja naturaleza que una vez dictó nuestras acciones ha sido conquistada en un hijo de Dios nacido de nuevo (Juan 3:3). La tentación todavía hace estragos. Las debilidades todavía atormentan. Sin embargo, el poder del Espíritu Santo nos ayuda a resistir a Satanás y a vencer los pecados que antes nos mantenían cautivos (Colosenses 2:14; Santiago 4:7). Podemos elegir la nueva vida en Jesús o la vieja vida de pecado. Pero no podemos tener ambas (Mateo 6:24).

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