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Pregunta

¿Qué es el nuevo nacimiento?

Respuesta


Jesús habló del nuevo nacimiento en su conversación con Nicodemo, un líder judío, en Juan 3. Jesús le dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Nicodemo estaba confundido y preguntó cómo alguien podría volver a entrar en el vientre de su madre y nacer de nuevo. Jesús insistió: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (versículo 5). Luego él explicó lo que es el nuevo nacimiento.

Jesús explicó que este nuevo nacimiento no es físico, sino espiritual. El nuevo nacimiento que debemos experimentar para poder “ver el reino de Dios” es una obra del Espíritu Santo. Así como una madre hace todo el trabajo en el nacimiento físico, el Espíritu Santo hace todo el trabajo en el nuevo nacimiento. Cuando depositamos nuestra fe en el poder salvador de Jesucristo, el Espíritu Santo entra en nuestros espíritus, nos regenera y comienza su obra de transformarnos a la imagen de Cristo (2 Corintios 5:17). Hemos nacido de nuevo.

Todos nacemos con una naturaleza pecaminosa que nos separa de nuestro Creador. Fuimos diseñados a su imagen (Génesis 1:27), pero esa imagen fue manchada cuando caímos en pecado. Como pecadores, no podemos tener comunión con un Dios santo tal y como somos. No podemos ser reparados, restaurados o rehabilitados. Necesitamos nacer de nuevo.

Como respuesta a las preguntas de Nicodemo sobre el nuevo nacimiento, Jesús comenzó a hablar del viento: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).

En su analogía del viento en Juan 3:8, Jesús comparaba el nacimiento y crecimiento físicos con el nacimiento y crecimiento espirituales. Jesús señala que Nicodemo no debería maravillarse de la necesidad de que el Espíritu cause que uno nazca de nuevo. Nicodemo naturalmente creía en otras cosas difíciles de entender, como el viento, que no podía ver. Los efectos del viento son obvios: se oye su sonido, y las cosas se mueven a su ritmo. El viento, invisible, impredecible e incontrolable, es misterioso para nosotros, pero vemos y entendemos sus efectos. Lo mismo sucede con el Espíritu. No vemos el Espíritu, pero vemos los cambios que el Espíritu produce en las personas. La gente pecadora se vuelve santa; los mentirosos hablan la verdad; los orgullosos se humillan. Cuando vemos tales cambios, sabemos que tienen una causa. El Espíritu nos afecta tal como el viento afecta a los árboles, el agua y las nubes. No vemos la causa, y no entendemos todos los pormenores de cómo funciona, pero vemos el efecto y creemos.

Cuando un bebé nace, continúa creciendo y cambiando. Un año después, dos años después, diez años después, el niño ha cambiado. No sigue siendo un bebé porque un nacimiento con vida da lugar al crecimiento. Puede que no veamos este crecimiento mientras ocurre, pero sí vemos los cambios que produce. Lo mismo pasa con el nuevo nacimiento. Cuando una persona nace de nuevo en espíritu, nace en la familia de Dios “como niños recién nacidos” (1 Pedro 2:2). Este nacimiento no es visible, pero comienza a producir cambios que son evidentes.

Los siguientes son algunos cambios que siguen al nuevo nacimiento:

1. El “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22–23). Alguien que ha experimentado el nuevo nacimiento comenzará a mostrar cualidades de carácter que son más como Jesús. Esto no ocurre de la noche a la mañana, pero así como un árbol frutal crece y comienza a producir fruto en su temporada, nosotros comenzamos a producir rasgos de carácter divinos tales como amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Estos rasgos son el resultado natural de rendirnos al Espíritu y pasar tiempo con Dios en Su Palabra, con Su pueblo y en adoración.

2. Decisiones piadosas. Los pecados que una vez nos cautivaron empiezan a desaparecer a medida que nos acercamos más a Jesús. Nuestro nuevo nacimiento rompió el poder que el pecado tenía sobre nosotros y nos permite vivir en libertad. Romanos 6 explica que hemos muerto a nuestra antigua forma de vida y somos libres para vivir como fuimos diseñados para vivir. Colosenses 3:5 dice: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (cf. 1 Pedro 4:1). Esta muerte al pecado es un proceso continuo a medida que crecemos en nuestra fe y amor por el Señor.

3. Amor por otros cristianos. Uno de los cambios que produce el nuevo nacimiento es el amor: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4:19–21). Una persona que ha nacido en la familia de Dios anhela la comunión con otros creyentes. Dios no creó un equipo donde los jugadores pueden ser intercambiados. No creó una corporación donde los empleados pueden ser despedidos. Creó una familia donde cada miembro es valorado y amado por igual. Como parte de Su familia, los que han nacido de nuevo deben amar y apreciar a los demás miembros de esta familia mundial.

4. Dones espirituales. Parte del paquete de bienvenida de Dios para aquellos que han nacido de Su Espíritu son los dones espirituales con los que podemos servirle y edificar la iglesia. Los dones espirituales son habilidades especiales que nos permiten ser más efectivos en los llamados particulares que Dios pone en nuestras vidas. Cuando cada miembro usa sus dones para el bien de todos, la familia de Dios prospera.

Los recién nacidos anhelan la leche, y, sin ella, no crecen. De la misma manera, los nuevos cristianos ansían la enseñanza bíblica o no crecerán. Pedro escribió: "Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor". El nuevo nacimiento es solo el comienzo de la vida que Dios diseñó para nosotros. También es la única manera de entrar a la familia de Dios y recibir el privilegio de llamarlo “Padre” (ver Mateo 6:9; Romanos 8:15).

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