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Pregunta

¿Cómo puedo aprender a no ofenderme por pequeñeces?

Respuesta


Intentar no ofenderse es como intentar no pensar en elefantes. Si alguien nos dice: "No pienses en elefantes", automáticamente pensamos en ellos. Si nos concentramos en tratar de no ofendernos, seguiremos pensando en la ofensa. Este principio se aplica a casi cualquier pecado que una persona pueda cometer. Cuando nos centramos en un comportamiento, incluso en un intento de eliminarlo, el resultado es más de ese comportamiento. Así es como funciona nuestra mente. Afortunadamente, hay otra mejor manera de abordar este problema.

Las personas son atraídas y seducidas a pecar como resultado del deseo: desear es el inicio del pecado (Santiago 1:14). Todo pecado o mal comportamiento comienza con el deseo. El deseo en sí no es malo; hay muchos deseos buenos. Pero los deseos que conducen al pecado son los deseos erróneos, los deseos basados en perspectivas falsas y expectativas equivocadas sobre los demás y sobre nosotros mismos. Para eliminar un mal comportamiento, primero debemos descubrir el deseo que hay detrás de él.

Para muchas personas, la tendencia a ofenderse por cosas pequeñas está arraigada en una falsa perspectiva de seguridad. Todos deseamos seguridad y protección; deseamos la buena opinión de los demás. Aseguramos esas buenas opiniones con nuestro desempeño: lo que hacemos, cómo hablamos, cómo nos vestimos, cómo nos expresamos, etc. Cuando nuestra seguridad se basa en nuestro comportamiento, podemos sentirnos amenazados cuando alguien expresa algo negativo sobre nosotros. La respuesta natural a esa amenaza es ofenderse o enfadarse. Incluso un comentario casual, impertinente o fuera de lugar puede carcomernos y robarnos la paz. La forma de evitar ofendernos es abordar nuestro deseo de seguridad. Mientras los sentimientos de seguridad estén arraigados en nosotros mismos, existirá la tendencia a ofendernos, incluso por las cosas más pequeñas. Sin embargo, si nuestros sentimientos de seguridad no están arraigados en nosotros mismos o en nuestro desempeño, nuestra perspectiva cambiará y nuestra respuesta a las acciones y comentarios de los demás será más equilibrada.

Recuerda el acrónimo CPO.

Cubre. Dos veces en el libro de Proverbios se nos dice que "cubramos" las ofensas (Proverbios 10:12; 17:9). Cubrir las ofensas está relacionado con el amor. Primera de Pedro 4:8 (NBLA) dice: "el amor cubre multitud de pecados", y esa "multitud" tendría que incluir pequeños desaires. En cualquier relación, hay muchas cosas molestas que deberían "cubrirse" por amor. Al encubrir una ofensa, o no revelarla a los demás, estamos empatizando con el ofensor y concediéndole el beneficio de la duda. Tal vez no quiso decir lo que dijo; tal vez lo entendimos mal. Tal vez el ofensor tenía un mal día o no estaba pensando con claridad. Cubrir la ofensa de otro también nos ayuda a nosotros. ¿Recuerdas el elefante? Cuando nos centramos en las necesidades de la persona que nos ha ofendido, dejamos de pensar en lo ofendidos que nos sentimos.

Pasa por alto. "La discreción del hombre le hace lento para la ira, y su gloria es pasar por alto una ofensa" (Proverbios 19:11, NBLA). El perdón es algo honroso. Cuando cubres una ofensa, das gracia y empatía al ofensor. Cuando pasas por alto una ofensa, eliges darte algo valioso a ti mismo: el recordatorio de que tu seguridad no se basa en la opinión que otros tengan de ti, sino en la seguridad que tienes en Cristo (ver Efesios 1:5-7).

Orar. Jesús dijo a Sus discípulos en múltiples ocasiones que si oraban por cualquier cosa en Su nombre (o, de acuerdo con Su voluntad) tendrían lo que pidieran. ¿Crees que Dios quiere que te enojes con otros, o que los perdones? ¿Crees que tu seguridad está en Él, y no en ti mismo? Si oras constantemente, pidiéndole que te ayude a no ofenderte, Él responderá esa oración. Si le pides que te recuerde Su amor seguro y firme, Él contestará esa oración. Puedes orar confiadamente pidiendo ayuda en cada situación de ofensa (Hebreos 4:16).

En Betania, mientras Jesús estaba recostado a la mesa, una mujer entró en la habitación con un frasco de alabastro con perfume fino. La mujer rompió el recipiente y ungió la cabeza de Jesús con el perfumado ungüento (Marcos 14:3, NBLA). Inmediatamente, fue criticada; de hecho, "estaban indignados" (versículos 4-5). La mujer podría haberse ofendido por sus palabras. Habría sido natural que reaccionara del mismo modo. Pero no tuvo que hacerlo. Jesús salió en su defensa: "Déjenla; ¿por qué la molestan?" (versículo 6). El amor de la mujer por Cristo y su mansa respuesta a una ofensa fueron honrados, y "dondequiera que el evangelio se predique en el mundo entero, también se hablará de lo que esta ha hecho, para memoria suya" (versículo 9).

En resumen, cuando nos ofendemos, es porque alguien nos ha herido o atemorizado. Dios nos ha dado dos maneras de afrontar la ofensa. Primero, recordando que la otra persona también tiene cosas que la lastiman y la atemorizan. Cuando amamos al ofensor y nos centramos en sus necesidades (cubrir y pasar por alto), dejaremos de notar la ofensa. En segundo lugar, recordando que, cuando pertenecemos a Cristo, estamos fundamentalmente seguros en Él; no necesitamos reaccionar y defendernos, porque Él ha prometido defendernos (Isaías 35:3-4). Cuando nos cuesta confiar en Él o creer que estamos seguros en Él, todo lo que tenemos que hacer es orar para tener la fortaleza de hacerlo, y sabemos que Él responderá (Juan 14:13-14).

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