Pregunta
¿Qué son los pecados que nos asedian?
Respuesta
Los pecados que nos asedian son aquellos con los que luchamos continuamente y hacia los cuales tenemos una debilidad. En la versión Reina Valera 1960, la palabra 'asediar' se encuentra en Hebreos 12:1: "Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante". Según el Diccionario Merriam-Webster, el pecado que asedia se refiere a “un problema o falta principal o constante” (m-w.com, accessed 5-11-20). Básicamente, un pecado que nos asedia es aquel con el que luchamos constantemente y hacia el cual estamos naturalmente inclinados.
Otra traducción se refiere a los pecados que nos “asedian” como "del pecado que tan fácilmente nos envuelve" (NBLA). La palabra griega que se usa en este versículo significa “fácilmente atrapante” (Estudio de Palabras de la Biblia Logos). Al igual que una trampa que fácilmente captura a un ratón, hay algunos pecados que fácilmente nos atrapan.
Todos tienen pecados que les asedian y con los que luchan constantemente, ya sea el chisme, la mentira, el perder la paciencia, o la lujuria. Los cristianos no nos volvemos automáticamente perfectos y sin pecado cuando somos salvos (1 Juan 1:8); más bien, continuamos luchando contra el pecado durante el resto de nuestras vidas. Estamos en constante lucha contra nuestra naturaleza pecaminosa, ya que lo que quiere la carne entra en conflicto con lo que quiere el Espíritu (Gálatas 5:17).
La Biblia da ejemplos de personas que lucharon con pecados que les asediaban. Tanto Abraham como Isaac cayeron en el mismo pecado varias veces, cuando mintieron acerca de sus esposas para protegerse a sí mismos (Génesis 12:10–13; 20:1–2; 26:7–9). En el Libro de los Jueces, Sansón luchó con la lujuria durante toda su vida, y le causó muchos problemas (Jueces 14:1–3, 16–17; 16:4–5, 15–17). De manera similar, David y Salomón tenían una debilidad respecto a las mujeres, y su lujuria resultó problemática (2 Samuel 11:2–27; 1 Reyes 11:1–4). Los pecados que asedian también afectaron a los del Nuevo Testamento: el apóstol Pedro luchó con el temor al hombre, como cuando negó conocer a Jesús tres veces (Mateo 26:69–75) y cuando se puso de lado con los judaizantes en Antioquía y fue confrontado por Pablo (Gálatas 2:11–14).
Los pecados que nos asedian no tienen por qué controlarnos. En Cristo, hemos sido liberados de nuestros pecados y ya no somos esclavos del pecado (Juan 8:36). Estamos muertos al pecado: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". (Gálatas 2:20). A medida que dejamos a un lado “el pecado que nos asedia fácilmente” (Hebreos 12:1), debemos evitar situaciones y relaciones tentadoras, no haciendo "provisión para los deseos de la carne" (Romanos 13:14). Debemos orar por sabiduría y fortaleza para cambiar nuestros hábitos. Debemos saturarnos con las Escrituras (Salmo 1:1–2; Juan 17:17). Y cuando pequemos, debemos buscar inmediatamente la maravillosa misericordia y gracia de Dios, teniendo esta promesa: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9).
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