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Pregunta

¿Qué es el pecado?

Respuesta


La Biblia expresa el complejo concepto del pecado desde varios puntos de vista a través de varias palabras hebreas y griegas. Este artículo explorará algunas de esas palabras para entender la naturaleza del pecado y su relación con el carácter de Dios. Sin embargo, una idea central en la Escritura es que el pecado es una condición humana de separación o alejamiento de Dios que surge de una actitud interna de rebelión contra Dios (Marcos 7:20-23; Lucas 13:34).

El origen del pecado tiene su origen cuando Adán y Eva se negaron a obedecer el mandato explícito de Dios (Génesis 3). La rebelión existe en la raíz del pecado, y una naturaleza rebelde y pecaminosa ha infectado a toda la humanidad desde la caída (ver Deuteronomio 9:7; Isaías 30:9; Salmos 51:5; Efesios 2:3). El pecado no es algo para jugar. Como dijo Spurgeon, "Una pequeña espina puede causar mucho sufrimiento. Una pequeña nube puede ocultar el sol. Las pequeñas zorras echan a perder las viñas; y los pecados pequeños hacen daño al tierno corazón" (Morning and Evening, Morning, May 30).

Una perspectiva bíblica del pecado se refiere a quebrantar o violar la ley divina de Dios (1 Juan 3:4; Santiago 2:8-11). Dios estableció la ley como el ideal o estándar de justicia para el comportamiento humano (Deuteronomio 6:24-25). Cualquier "transgresión" (‛ābar en hebreo; parabasis en griego) o "sobrepasar de los límites establecidos por Dios" en la libertad humana es pecado (Santiago 2:8-11). Otras palabras griegas y hebreas en la Biblia describen el pecado como violación de la ley, ilegalidad, un paso en falso, y el traspasar territorio prohibido (ver 1 Juan 3:4; Romanos 4:15; 7:10-25). Según el Diccionario Bíblico ATS, el pecado es "cualquier pensamiento, palabra, deseo, acción, o omisión de acción, contrario a la ley de Dios, o defectuoso cuando se compara con ella".

Las palabras más usadas para "pecado" tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento son ḥāṭā' en hebreo y hamartanō en griego, que inicialmente significaban "errar el blanco" o "fallar en el deber" (ver Romanos 3:23). Del término griego deriva el término teológico hamartología, que denota el estudio del pecado. Los pecadores se rebelan contra Dios y violan Su norma para un comportamiento recto. Ellos exceden los límites, no dan en el blanco, y no cumplen el buen propósito de Dios para sus vidas.

Otras facetas del pecado que se expresan en la Biblia son la falta de fe en Dios (Romanos 14:23); hacer el mal (Deuteronomio 32:5; Romanos 7:21-24); la impiedad (Judas 1:14-15); la supresión de la verdad o hablar falsedad sobre Dios (Oseas 7:13; Romanos 1:18); la desobediencia (Efesios 5:5-6); y el desviarse del camino de Dios o volverse hacia "nuestro propio camino" (Isaías 53:6).

Las palabras para "pecado" varían según las traducciones al español y el contexto: impiedad, transgresión, infracción, iniquidad, maldad, y otras. La Biblia también habla de "la carne", que es la raíz malvada de todo pecado, la depravación transmitida de Adán a todos sus hijos.

Dios es perfectamente justo, santo y sin pecado (Habacuc 1:13; Deuteronomio 32:4; Josué 24:19; Isaías 6:3; 1 Pedro 2:22). Él aborrece el pecado y su efecto corruptor en los humanos (Salmos 11:5; 2 Samuel 11:27; Proverbios 6:16-19; Zacarías 8:17). El pecado condena a las personas a la muerte: "la paga del pecado es muerte" (1 Corintios 15:56; ver también Génesis 2:17; Romanos 5:12-14; Efesios 2:1).

Es importante dejar que la Biblia defina el pecado y no nosotros mismos. Es una tendencia humana marcar cosas como "pecaminosas" para ajustarse a nuestras propias aversiones y desagrados. La Biblia nos da el estándar concreto que necesitamos. Si la Biblia dice que algo es pecado, entonces debemos estar de acuerdo con esa valoración. Si la Biblia no dice que algo es pecado y no viola ningún principio bíblico, entonces somos libres para formar nuestras propias convicciones al respecto.

Dios, en Su amorosa bondad, misericordia, y gracia, proporcionó la solución al pecado a través del sacrificio expiatorio de Cristo, Su Hijo (Mateo 26:27-28; Romanos 5:6-9; 6:21-23; 8:1-4; Efesios 1:7). Jesús vino a liberarnos del pecado y la maldición de la muerte (1 Juan 1:7; 3:3-10; Romanos 6:18). Cuando fallamos como cristianos, tenemos un fiel Abogado al cual podemos confesar nuestros pecados y recibir Su amoroso perdón (1 Juan 1:8—2:2).

Alabamos a Dios por Su absoluta perfección sin pecado, porque nos ama (Juan 3:16; 1 Juan 4:7-8, 10-11). Él reveló la magnitud de Su amor al "enviar a Cristo a morir por nosotros mientras aún éramos pecadores" (Romanos 5:8). "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Corintios 5:21). En Cristo, somos lavados, santificados, y justificados (ver 1 Corintios 6:11). Dios ha perdonado a los rebeldes y reconciliado a los enemigos. Él ha "derramado sobre nosotros" las riquezas de Su gracia (Efesios 1:8), y nos colma con misericordia sobre misericordia, bondad sobre bondad. ¿Cómo no alabar y "dar gracias a Dios por este don inefable!" (2 Corintios 9:15)?

Mientras huíamos lejos de Él en completa rebeldía, Él nos llamó "a salir de la oscuridad y entrar en su luz maravillosa" para convertirnos en "posesión exclusiva de Dios" para que podamos "mostrar a otros la bondad de Dios" (1 Pedro 2:9). Alabamos a Dios porque Él nos ama a pesar de nuestras debilidades y nuestra tendencia a fallar. Como pecadores redimidos por la sangre del Cordero, podemos acercarnos "pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hebreos 4:16).

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