Pregunta
¿Qué significa recibir a Jesucristo?
Respuesta
Muchos términos utilizados en el cristianismo pueden ser confusos para los nuevos creyentes o aquellos que buscan conocer más acerca de Jesús. Una frase que se repite a menudo es: “Recibir a Jesucristo como tu Salvador”. ¿Qué significa exactamente “recibir” a Jesús? Como Jesús vivió, murió y resucitó hace más de dos mil años, ¿cómo podemos “recibirlo” ahora?
Juan 1:11-12 habla de recibir a Jesús y define el término: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:11-12). Juan equipara “recibir” a Jesús con “creer” en él, lo cual resulta en convertirse en un hijo de Dios. Así que, recibir a Jesús tiene que ver con la fe. Confiamos en quién es Jesús y en lo que él ha hecho en nuestro nombre.
Cuando “recibimos” un paquete, lo tomamos para nosotros. Cuando un corredor “recibe” el balón de fútbol, lo toma para sí y se aferra a él. Cuando “recibimos” a Jesús, lo tomamos para nosotros y nos aferramos a la verdad acerca de Él.
Recibir a Jesús como nuestro Salvador significa que lo vemos y solamente a Él como el Único que perdona nuestros pecados, repara nuestra relación con Dios y nos proporciona la entrada al cielo. Rechazarlo como Salvador significa que o no creemos que necesitamos salvación o estamos buscando a otro salvador. Sin embargo, las Escrituras afirman claramente que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Recibir a Jesús como nuestro Señor significa que dejamos de lado a los dioses menores alrededor de los cuales hemos construido nuestras vidas. Podemos conocer los detalles acerca de Jesús tal como se relatan en la Biblia, incluso podemos reconocer la verdad de esos detalles, sin formar parte de la familia de Dios. No podemos recibir a Jesús como Señor sin desplazar los ídolos en nuestras vidas, ídolos como el poder, la popularidad, la riqueza o la comodidad en los que confiamos para proporcionarnos propósito y fuerza. Jesús describió la necesidad de seguirlo de todo corazón en Lucas 9:23: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”.
Cuando Jesús visitó su ciudad natal de Nazaret, las personas allí no creían que él fuera algo más que el hijo de María y José (Mateo 13:54-58; ver también Juan 6:41-42). Le aceptaron como un carpintero local pero le rechazaron como el Mesías prometido. Muchas personas hoy hacen algo similar. Aceptan a Jesús como un buen maestro moral, un modelo a seguir, o incluso un profeta que puede enseñarnos acerca de Dios. Pero no llegan a recibirlo como su Señor y Salvador personal. No le dan su fe a él.
Recibir a Jesús es una cuestión de destino eterno: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:16–18).
Recibir a Jesús significa reconocer que Él es quien dijo que es (1 Juan 5:10; Mateo 27:43; Juan 20:31). Él es el Hijo de Dios que tomó forma humana (Filipenses 2:6–8), nació de una virgen (Lucas 1:26–38), vivió una vida perfecta (Hebreos 4:15), y cumplió completamente el plan de Dios para rescatar a la humanidad del pecado (Mateo 1.18; 1 Pedro 1:20; Juan 19:30; 2 Corintios 5:18–21). Recibir a Jesús es confiar en que su sacrificio en la cruz pagó completamente por nuestro pecado y creer que Dios le resucitó de entre los muertos (1 Corintios 15:3–5, 20; 2 Timoteo 2:8).
Recibir a Jesús es reconocer que somos pecadores separados de un Dios santo (Romanos 3:23; 6:23; Efesios 2:1–3). Recibir a Jesús es llamarlo en la fe, confiando que sólo Su sangre puede limpiarnos del pecado y restaurarnos a una relación correcta con Dios (Efesios 2:4–10; 1 Juan 1:7; Hebreos 10:19–22). A quienes reciben a Jesús por la fe se les otorga “potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13).
Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, Dios nos envía el don de Su Espíritu Santo que entra en nuestros espíritus y comienza a transformarnos para que seamos más como Cristo (Romanos 8:29; Juan 14:26; Lucas 24:49; Efesios 1:13-14; Filipenses 2:12-13). Jesús llamó a esta transacción ser “nacido de nuevo” (Juan 3:3-8). Cuando nace un bebé, emerge una nueva criatura que no existía anteriormente. Con el tiempo, ese bebé comienza a tener un aspecto y a actuar como los padres. Así es cuando nacemos del Espíritu al recibir a Jesús. Nos convertimos en hijos de Dios y comenzamos a parecernos y a actuar más como nuestro Padre celestial (Mateo 5:48; 2 Corintios 5:17; 7:1; Efesios 5:1).
Recibir a Jesucristo en nuestras vidas es más que agregarlo a una lista de prioridades ya abarrotada. Él no ofrece la opción de ser sólo una parte de nuestras vidas. Cuando le recibimos, le juramos lealtad y le vemos como el indiscutible Señor de nuestras vidas (Lucas 6:46; Juan 15:14). Todavía desobedeceremos sus mandamientos en ocasiones (1 Juan 1:8-10). Pero el Espíritu Santo dentro de nosotros nos lleva al arrepentimiento para que nuestra estrecha comunión con Dios sea restaurada (Salmos 51:7). Recibir a Jesús es el comienzo de una vida de descubrimiento y de una eternidad de felicidad en el cielo con Él (Juan 3:36; Apocalipsis 21—22).
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