Pregunta
¿Cuál es el verdadero significado del segundo mandamiento?
Respuesta
Los Diez Mandamientos están registrados en la Biblia en Éxodo 20:1-17 y Deuteronomio 5:6-21. El segundo de esos mandamientos, en su totalidad, es este: "No te harás ningún ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás. Porque Yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan Mis mandamientos" (Éxodo 20:4-6, NBLA; Deuteronomio 5:8).
Este mandamiento está estrechamente relacionado con el primero, que dice: "No tendrás otros dioses delante de Mí". Tener otros dioses es idolatría. El culto a los ídolos proliferaba entre las naciones que rodeaban a Israel. La mayoría de esas naciones tenían imágenes talladas ante las que se inclinaban, sacrificaban y realizaban diversos actos de adoración. A menudo ese culto pagano incluía el infanticidio y la prostitución (Levítico 18:21; Deuteronomio 23:17). Se advirtió estrictamente a los israelitas que se mantuvieran separados de las naciones paganas de su entorno y que evitaran cualquier actividad que se pareciera a sus infames rituales de adoración (Levítico 20:23; 2 Reyes 17:15; Ezequiel 11:12).
Dios odia la idolatría en cualquiera de sus formas (Deuteronomio 6:14-15; 32:21; Jeremías 2:5; Levítico 26:1). Roba la atención y el honor que solo pertenecen a Dios (Deuteronomio 6:5; Lucas 10:27). En muchas naciones actuales, los dioses y diosas tallados siguen siendo una violación evidente de este mandamiento. Sin embargo, el pecado de idolatría es, en última instancia, un pecado del corazón. Un ídolo es cualquier cosa de la que dependemos para satisfacer las necesidades profundas del corazón: amor, seguridad, valor o significado. Cuando buscamos encontrar identidad y seguridad en algo distinto de Dios, lo hemos convertido en un ídolo. Juan Calvino dijo: "El corazón humano es una fábrica de ídolos". A menudo buscamos la paz o la identidad a través de las relaciones, las drogas, el dinero o el entretenimiento. Las adicciones son formas de idolatría, al igual que otros muchos atractivos mundanos que, en última instancia, no pueden satisfacer. Cuando nos entregamos a la búsqueda de dioses creados por el hombre, infringimos el segundo mandamiento.
Incluso las cosas buenas pueden convertirse en ídolos si no tenemos cuidado. El ministerio, las aficiones, las obras de caridad o la familia pueden usurpar el lugar que solo Dios debe ocupar en nuestras vidas. Cuando confiamos emocionalmente en cualquier cosa que no sea nuestra relación con Él para validarnos, estamos quebrantando el segundo mandamiento.
Este mandamiento también contiene una advertencia para las generaciones futuras. Dios está diciendo que, si no nos ocupamos de la idolatría en nuestra generación, la transmitiremos a nuestros hijos y a sus hijos. Los hijos aprenden a manejar la vida observando a sus padres. Cuando los niños observan a mamá y papá correr hacia una botella, una píldora, otro romance o salir de compras para sentirse bien consigo mismos, siguen ese patrón. Cuando los niños observan a sus padres gastar tiempo, dinero y energía en búsquedas mundanas, copian naturalmente esos valores y criarán a sus propios hijos para que hagan lo mismo.
Sin embargo, Dios también promete bendiciones a quienes modelan valores piadosos para sus hijos (Deuteronomio 7:9). Del mismo modo que los niños aprenden a huir de los ídolos observando a sus padres hacerlo, también pueden aprender a alejarse de los ídolos observando a sus padres dar a Dios el lugar que le corresponde en sus vidas. Cuando hacemos de Él nuestro refugio (Salmo 32:7), Él llena las necesidades más profundas de nuestro corazón, como ninguna otra cosa puede hacerlo. Cuando no tenemos más dioses que Él, Él es fiel para cobijarnos con Su amor y protección (Salmo 36:7; 144:2; Malaquías 3:17-18). El Salmo 103:17 (NBLA) dice: "Pero la misericordia del Señor es desde la eternidad hasta la eternidad, para los que le temen, y su justicia para los hijos de los hijos". Debemos dejar que el Espíritu Santo destruya cualquier ídolo que haya erigido nuestro corazón. Cuando le permitimos que elimine todo lo que se ha establecido como un ídolo, podemos llenarnos de Su gozo y Su paz (Gálatas 5:22; Efesios 6:18).
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