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Pregunta

¿Van los bebés y niños al cielo cuando mueren?

Respuesta


La Biblia no responde explícitamente a la pregunta de si los niños que mueren antes de nacer de nuevo van al cielo. Sin embargo, se puede recopilar suficiente información indirecta de las Escrituras para proporcionar una respuesta satisfactoria, que se relaciona tanto con los infantes como con los discapacitados mentales y otros.

La Biblia habla del hecho de que todos los que nacen de padres humanos nacen con una herencia corrupta de Adán que garantiza que inevitablemente pecaremos. Esto se refiere a menudo como el pecado original. Aunque Dios creó a Adán y Eva a su propia imagen (Génesis 5:1), la Biblia dice que, una vez que Adán y Eva cayeron y se volvieron pecadores, Adán engendró hijos “a su semejanza” (Génesis 5:3, cf. Romanos 5:12). Todos los seres humanos hemos heredado una naturaleza pecaminosa a través del acto original de desobediencia de Adán; Adán se hizo pecador, y pasó esa pecaminosidad a todos sus descendientes.

La Biblia habla con franqueza sobre los niños que no saben suficientemente para “desechar lo malo y escoger lo bueno” (Isaías 7:16). Una razón por la que las personas son culpables ante Dios, dice Romanos 1, es que se niegan a reconocer lo que está “claramente visto” y “entendido” sobre Dios (versículo 20). Aquellas personas que, al ver y evaluar la evidencia de la naturaleza, rechazan a Dios están “sin excusa”. Esto plantea algunas preguntas: Si un niño es demasiado joven para saber lo que es el bien y el mal y no tiene capacidad para razonar acerca de Dios, ¿está exento ese niño del juicio? ¿Responsabilizará Dios a los bebés por no responder al Evangelio, cuando son incapaces de entender el mensaje? Creemos que conceder la gracia salvadora a los bebés y a los niños pequeños, basándose en la suficiencia de la expiación de Cristo, es coherente con el amor y la misericordia de Dios.

En Juan 9, Jesús sana a un hombre nacido ciego. Después de la sanidad física, el hombre pasa por un proceso de recibir su vista espiritual. Al principio, el hombre es ignorante; sabe el nombre de Jesús pero no sabe dónde encontrarlo (Juan 9:11–12). Más tarde, llega a la verdad de que Jesús es un profeta (versículo 17) y que viene de Dios (versículo 33). Luego, al hablar con Jesús, el hombre admite su ignorancia y su necesidad del Salvador. Jesús le pregunta: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?” y el hombre responde: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?” (versículos 35–36). Por último, habiendo visto la luz espiritualmente, dice: “Creo, Señor” y adora a Jesús (versículo 38).

Después de la expresión de fe del hombre nacido ciego, Jesús se encuentra con algunos fariseos espiritualmente ciegos: “Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados. Entonces algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos? Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece” (Juan 9:39–41). En otras palabras, Jesús dice: “Si realmente fueran ignorantes [ciegos], no tendrían culpa. Es porque no son ignorantes, sino incrédulos deliberadamente, que se encuentran culpables ante Dios.”

El principio que Jesús establece en Juan 9 es que Dios no condena a las personas por cosas que no pueden hacer. “El pecado se mide por las capacidades o habilidades de las personas, y por sus oportunidades de conocer la verdad. Si las personas no tuvieran la capacidad de hacer la voluntad de Dios, no podrían incurrir en culpa. Si tienen toda la capacidad adecuada, y no disposición, Dios los considera culpables” (Albert Barnes, Notas del Nuevo Testamento: Explicativas y Prácticas, ed. por Robert Frew, Baker Book House, Vol. 1, “Jn. 9:41”). Según este principio, los bebés y los niños pequeños que no pueden aceptar o rechazar a Cristo no son responsables de incredulidad.

Antes de que las personas maduren lo suficiente para discernir lo que es correcto e incorrecto (a veces llamado llegar a “la edad de la responsabilidad”), parece que no son responsables ante Dios. Los niños pequeños pecan, y cargan con la naturaleza corrupta de Adán, pero al carecer de la habilidad para entender el concepto de lo que es correcto e incorrecto, están bajo la gracia de Dios, en nuestra opinión.

Otras anécdotas bíblicas (por ejemplo, David testifica que se reunirá con su hijo muerto después de la muerte en 2 Samuel 12:23) apoyan la creencia razonable de que los infantes van al cielo cuando mueren. Lo mismo ocurre con aquellos que tienen discapacidades mentales que no pueden comprender la diferencia entre el bien y el mal.

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