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Pregunta

¿Van las personas homosexuales al cielo?

Respuesta


La pregunta de si los homosexuales van al cielo o al infierno es muy discutida hoy en día, y hay confusión en torno al tema. Por un lado, están las iglesias que enseñan que la homosexualidad es bendecida por Dios. En el otro lado están las iglesias que condenan todos los pensamientos y acciones homosexuales como merecedores del juicio eterno. ¿Ser homosexual es un tiquete al cielo o al infierno?

En primer lugar, una aclaración. Nuestro mundo etiqueta a las personas de acuerdo a sus debilidades, tendencias al pecado, adicciones o inclinaciones sexuales. Cuando hacemos eso, creamos una posición adversaria, "nosotros contra ellos". Empezamos a ver a las personas en categorías y no como individuos, y esto es peligroso. Cuando preguntamos si las personas gays van al cielo o al infierno, podemos estar usando la etiqueta gay en lugar de considerar al individuo que puede estar luchando con la tentación o confundido acerca de su identidad sexual. Para los propósitos de este artículo, definiremos gay como "practicar un estilo de vida homosexual".

Cuando Dios creó a los seres humanos, los diseñó macho y hembra, a Su propia imagen (Génesis 1:27). Adán y Eva fueron creados perfectos, y Dios bendijo su unión física en el primer matrimonio (Génesis 1:28). La homosexualidad no formaba parte de la creación de Dios. Cuando el primer hombre y la primera mujer decidieron desobedecer el mandato de Dios, el pecado entró en el mundo (Romanos 5:12). Con ese pecado surgieron todo tipo de rupturas: males, tornados, sequías, enfermedades, crueldad y distorsiones sexuales.

Desde ese tiempo, todo ser humano ha nacido con una naturaleza pecaminosa. Nuestros seres naturales exigen el derecho a ser nuestros propios dioses. Cuando deseamos algo contrario a la voluntad de Dios, el deseo mismo se vuelve pecaminoso (Santiago 1:13–15). Podemos pecar de diferentes maneras, pero todo es pecado. Algunos tienen un deseo avasallador de mentir. Algunos son infieles a su cónyuge. Algunos pueden superar los pecados exteriores y están llenos de arrogancia. Y otros pueden sentirse tentados a participar en actos sexuales con personas de su mismo sexo. Todo es pecado. Es totalmente inaceptable para Dios. Y todos necesitamos un Salvador.

Dios, nuestro Creador, podría haber aniquilado la raza humana y comenzar de nuevo. Él no nos debe nada. Debido a nuestra gran traición contra nuestro Creador, todos merecemos el infierno. El cielo es perfecto, y nosotros no; estamos excluidos de la presencia de Dios. En Su gran amor, Dios hizo un camino para que los pecadores pudieran ser justificados (Efesios 2:4–5). Jesús, el Hijo de Dios, se ofreció como nuestro sustituto en la cruz, tomando así el castigo que merecemos (Juan 10:18; 2 Corintios 5:21). Dios derramó Su ira contra el pecado sobre Su propio Hijo para que aquellos que confían en ese sacrificio pueden tener sus pecados transferidos a Su cuenta (Colosenses 2:14). A cambio, se nos imputa la justicia de Cristo. Dios declaró entonces que a todo aquel que confíe en Jesús como su Señor y Salvador se le concederá la vida eterna en el cielo (Juan 3:16-18).

Ese intercambio divino, nuestra vida antigua por Su nueva, trae una transformación de adentro hacia afuera. Segunda Corintios 5:17 dice que si alguien está en Cristo, él o ella se convierte en una nueva criatura. Todo el pecado, el egoísmo, el orgullo y la perversión que fueron parte de nuestras vidas antes de ese momento son borrados, y somos declarados justos delante de Dios (Salmo 103:12). Luego Dios asume la tarea de conformarnos a la imagen de Jesús (Romanos 8:29). No somos salvos del infierno para continuar en los mismos pecados por los que Jesús murió. Somos salvos para que podamos llegar a ser todo lo que Dios diseñó que seamos (Efesios 2:10). Eso incluye renunciar a nuestro pasado y a nuestras tendencias pecaminosas y aceptar la plenitud para la que fuimos creados.

Al responder a la pregunta específica sobre si las personas gays van al cielo o al infierno, podemos sustituir las palabras gente gay con otros grupos de pecado. ¿Van los adúlteros al cielo o al infierno? ¿Van los cleptómanos al cielo o al infierno? ¿Van las prostitutas al cielo o al infierno? Pablo responde estas preguntas claramente en 1 Corintios 6:9–10. Las personas que viven en pecado sin arrepentirse no tienen lugar en el reino de Dios. Aquellos que practican pecado sexual, incluyendo la homosexualidad, están en esa lista. Pablo, anticipando objeciones, dice "No os dejéis engañar" sobre esto (versículo 10).

Pero luego Pablo continúa: "Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Corintios 6:11). Noten el abrupto giro con la palabra "mas". La iglesia a la que Pablo se dirigía tenía miembros que en el pasado habían practicado esos mismos pecados, MAS cuando confiaron en Jesús, todo cambió. Su lealtad cambió. Su naturaleza cambió. Sus acciones cambiaron. Nadie está exento del juicio justo de Dios sobre el pecado (Romanos 6:23). Y nadie está exento de Su oferta de perdón y transformación. Cuando nos rendimos nuestras vidas a Cristo, debemos renunciar a todo lo que nos definía en nuestro estado pecaminoso. Jesús dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame". (Lucas 9:23). Debemos morir a nuestro antiguo estilo de vida pecaminoso. Debemos morir a nuestro derecho de ser nuestro propio jefe. Y debemos morir a aquellos deseos en nosotros que violan los justos decretos de Dios.

Los homosexuales van al cielo o al infierno de la misma manera que los borrachos, los mentirosos, los que odian y los que se creen justos van al cielo o al infierno. Nuestro destino final no depende de lo que hemos hecho, sino de cómo respondimos al sacrificio de Jesús en nuestro favor. Los pecadores no arrepentidos morirán en su pecado y serán juzgados como corresponde. Los pecadores arrepentidos son perdonados en Cristo. Cuando lo recibimos como Señor, Él se convierte en nuestra autoridad final.

Ser un cristiano significa que ahora nos esforzamos por modelar nuestras vidas después de la Suya, que es perfecta. Queremos agradarle más de lo que queremos complacernos a nosotros mismos (Mateo 10:37–38). Y no hay duda de que los actos homosexuales le son desagradables, así como el pecado heterosexual le es desagradable. Si insistimos en vivir un estilo de vida gay, como si ser gay fuera nuestra identidad, estamos dando la espalda al sacrificio de Cristo. No podemos esperar que Dios simplemente pase por alto en nosotros los mismos pecados que pusieron a Jesús en la cruz.

Muchas personas que se sienten atraídas por el mismo sexo han llegado a la fe en Cristo y, al hacerlo, han entregado esa tentación particular a Él. Algunos llegan a casarse y viven en matrimonios heterosexuales que honran a Cristo, y otros eligen el celibato, encontrando la satisfacción que necesitan en la intimidad con Dios y en relaciones significativas, amorosas, pero no sexuales, dentro del cuerpo de Cristo. De modo que los cristianos atraídos por personas del mismo sexo van al cielo, del mismo modo que los cristianos heterosexuales van al cielo: ejerciendo la fe en Cristo, renunciando a su pasado y abrazando la vida de santidad que Dios desea para Sus hijos (1 Pedro 1:15-16; Hebreos 12:14).

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