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Pregunta

¿Quiénes son los verdaderos adoradores (Juan 4:23)?

Respuesta


En Su viaje a Galilea a través de Samaria, Jesús habla con una samaritana y hace una profunda declaración sobre los verdaderos adoradores: "Créeme, querida mujer, que se acerca el tiempo en que no tendrá importancia si se adora al Padre en este monte o en Jerusalén. Ustedes, los samaritanos, saben muy poco acerca de aquel a quien adoran, mientras que nosotros, los judíos, conocemos bien a quien adoramos, porque la salvación viene por medio de los judíos. Pero se acerca el tiempo—de hecho, ya ha llegado—cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. El Padre busca personas que lo adoren de esa manera. Pues Dios es Espíritu, por eso todos los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (Juan 4:21-24, NTV).

Jesús enfatiza a través de la repetición que los verdaderos adoradores adoran al Padre "en espíritu y en verdad". Para apreciar plenamente lo que el Señor está diciendo, debemos comprender la naturaleza épica de la larga división entre los samaritanos y los judíos. Los judíos despreciaban a estos samaritanos mestizos por su linaje impuro y su religión sincretista. Además, los samaritanos adoraban en un lugar físico diferente: en el monte Gerizim en lugar de hacerlo en el templo de Jerusalén.

Jesús declaró que había llegado el momento en que ya no importaba "si se adora al Padre en este monte o en Jerusalén". El primer punto de Cristo es que el lugar de adoración no tiene nada que ver con la integridad de la adoración. Ni el lugar ni el estilo del culto son relevantes. Los elementos físicos no son la preocupación principal. En segundo lugar, Jesús indicó que los verdaderos adoradores no se definen por su linaje o raza. Al Padre no le importa si una persona es judía, samaritana o gentil. Todos los verdaderos adoradores son uno en Jesucristo (Gálatas 3:28; Colosenses 3:11; Romanos 10:12).

Los verdaderos adoradores no adoran principalmente en sus cuerpos, sino en espíritu. El acto de adoración no es una expresión exterior o una observancia física, sino una actitud interior que reconoce el valor de Dios y lo honra como autoridad suprema sobre la propia vida. Los verdaderos adoradores demuestran su adoración solo para Dios. No se inclinan ni levantan las manos para ser vistos por los demás. No cantan para que los demás los escuchen. No ayunan ni oran para ganarse el reconocimiento terrenal (Mateo 6:6, 18). Los verdaderos adoradores exaltan solo a Dios, solo para Su complacencia, porque solo Él es digno (Éxodo 34:14; 1 Crónicas 16:25-19). Atesoran a Dios y anhelan Su presencia (Salmo 42:1-2; 63:1).

Jesús afirmó que los verdaderos adoradores son los que adoran en verdad—con honestidad y sinceridad de corazón. Examinan sus corazones para detectar ofensas ocultas (1 Corintios 11:27-34; Salmo 139:23-24). Su dedicación es pura, de todo corazón y costosa, sin guardarse nada (Deuteronomio 6:5; 10:12; 1 Samuel 12:24; 2 Samuel 24:24; 1 Crónicas 21:24; Marcos 12:41-44).

La Biblia revela que Dios Padre, Jesús Hijo y el Espíritu Santo son todos "verdad" (Jeremías 10:10; Isaías 65:16; Juan 14:6, 16-17; 1 Juan 5:20; Romanos 15:8); así pues, los verdaderos adoradores se centran humildemente en la Divinidad y no en sí mismos.

La Palabra de Dios también es verdad (Salmo 119:160; Efesios 1:13; Colosenses 1:5; 2 Timoteo 2:15), por lo que los verdaderos adoradores buscan crecer en el conocimiento de ella y vivir de acuerdo a ella. Siguen el llamado de las Escrituras de que "presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional" (Romanos 12:1). Persiguen la santidad, obedeciendo la verdad de Dios revelada a través de Su Palabra (1 Corintios 14:26, 40; 1 Crónicas 16:37-42; Miqueas 6:6-8).

Los verdaderos adoradores son creyentes "nacidos del Espíritu" (ver Juan 3:5-8) que adoran a Dios mediante la salvación en Jesucristo. Viven y adoran "[no] según la carne, sino según el Espíritu" porque el Espíritu de Dios vive en ellos y pertenecen a Jesucristo (Romanos 8:9). Solo si estamos en Cristo, con Su Espíritu en nosotros, podemos adorar genuinamente en espíritu y en verdad. En lugar de limitar nuestra adoración a levantar las manos y cantar canciones de alabanza en la iglesia, extendemos nuestra entrega centrada en Dios a todos los ámbitos de nuestra vida. Adoramos en espíritu y en verdad mientras caminamos en comunión con Dios por medio del Espíritu Santo y somos transformados a imagen y semejanza del Hijo (2 Corintios 3:18).

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