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Pregunta

¿Por qué debemos proponernos vivir una vida tranquila (1 Tesalonicenses 4:11)?

Respuesta


Los creyentes se salvan con un propósito: mostrar la gloria y el carácter de Dios (Mateo 5:16; 1 Pedro 2:9). En 1 Tesalonicenses 4, Pablo instruye a los cristianos a vivir una vida agradable a Dios para que cumplamos nuestra misión que Dios nos ha ordenado. Pablo escribe: "Pónganse como objetivo vivir una vida tranquila, ocúpense de sus propios asuntos y trabajen con sus manos, tal como los instruimos anteriormente. Entonces aquellos que no son creyentes respetarán la manera en que ustedes viven, y ustedes no tendrán que depender de otros" (1 Tesalonicenses 4:11-12, NTV).

Mediante la unión con Jesucristo, Dios nos llama a ser santificados o transformados espiritualmente por el Espíritu Santo que mora en nosotros (1 Tesalonicenses 4:3, 8). Nuestra transformación se traduce en pureza sexual, amor fraternal y vida santa (1 Tesalonicenses 4:1-12). Llevar una vida tranquila es vivir o comportarse tranquilamente, llevar una vida libre de disturbios o conmociones. El término griego original se traduce en otras partes de la Biblia como "tranquilidad", "reposo" y "mantener la paz".

Pablo enseñó que el estilo de vida del creyente se debe caracterizar por la tranquilidad y el reposo. En 2 Tesalonicenses 3:11-12, escribió: "Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando sosegadamente, coman su propio pan". Según 1 Tesalonicenses 4:11, parte de llevar una vida tranquila es negarse a entrometerse ("ocúpense de sus propios asuntos") y mantenerse ocupado ("trabajen con sus manos").

En los primeros tiempos del cristianismo, cuando una persona se convertía a la fe en Jesucristo, a menudo surgía un clamor público que se traducía en persecuciones y maltratos opresivos. Pablo mencionó varias veces en su carta a los tesalonicenses que los creyentes habían sufrido por su fe (1 Tesalonicenses 1:6; 2:14; 3:3-4). Cuando les aconsejó que se pusieran "como objetivo vivir una vida tranquila, ocúpense de sus propios asuntos" (1 Tesalonicenses 4:11, NTV), Pablo estaba ofreciendo un consejo sumamente práctico. Agachando la cabeza, se evitarían más problemas. El apóstol Pedro dio un consejo similar: "Procuren llevar una vida ejemplar entre sus vecinos no creyentes. Así, por más que ellos los acusen de actuar mal, verán que ustedes tienen una conducta honorable y le darán honra a Dios cuando él juzgue al mundo" (1 Pedro 2:12, NTV).

Pablo dijo a Timoteo que orara "para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2:2-4). Nuestro comportamiento piadoso afecta directamente a nuestro testimonio y a nuestra capacidad para testificar y llevar eficazmente a la gente a Cristo.

Llevar una vida tranquila requiere una disciplina que se desarrolla a través de la madurez espiritual. Debemos hacer un esfuerzo intencionado para controlar las respuestas emocionales e impulsivas que provocan discusiones y otros comportamientos conflictivos. "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mateo 5:9).

Las Escrituras recomiendan a menudo una actitud tranquila y serena (Salmo 35:20; 131:1-2; Mateo 12:19; Isaías 42:2). La literatura sapiencial advierte: "El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas; Deja, pues, la contienda, antes que se enrede" (Proverbios 17:14). "Honra es del hombre dejar la contienda; Mas todo insensato se envolverá en ella", afirma Proverbios 20:3. "El hombre iracundo promueve contiendas; Mas el que tarda en airarse apacigua la rencilla", dice Proverbios 15:18.

Según 1 Pedro 3:1-2, la tranquilidad silenciosa habla más fuerte que las palabras, lo que permite que los cónyuges no salvos "serán ganados al observar la vida pura y la conducta respetuosa de ustedes" (NTV). Por esta razón, Pedro anima a las esposas a revestirse "con la belleza interior, la que no se desvanece, la belleza de un espíritu tierno y sereno, que es tan precioso a los ojos de Dios" (1 Pedro 3:4, NTV).

En este mundo turbulento en el que vivimos, la paz de Dios es un concepto atractivo. Si queremos ser un testigo atrayente de Cristo que influya en los no creyentes para que vean la gloria de Dios y vengan a Él con fe, nos propondremos vivir una vida tranquila. No iremos por ahí haciendo mucho ruido, interfiriendo en la vida de los demás. No nos dejaremos llevar por la discusión y la jactancia, sino que trabajaremos duro y adoptaremos un perfil humilde y bajo, tanto en la iglesia como entre los no creyentes.

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