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Pregunta

¿Quién era Anás en la Biblia?

Respuesta


Anás en la Biblia era un poderoso sumo sacerdote que desempeñó roles clave en la ejecución de Jesucristo y en la persecución de la iglesia primitiva. Anás fue nombrado sumo sacerdote del templo de Jerusalén alrededor del año 6 DC por Quirinio, el gobernador romano de Siria. Sirvió oficialmente como sumo sacerdote hasta el año 15 DC, cuando fue destituido por Valerio Grato, procurador de Judea. Sin embargo, Anás continuó ejerciendo una considerable influencia como jefe del clan sacerdotal durante muchos años después de eso, incluyendo el tiempo de los ministerios públicos de Juan el Bautista y Jesucristo: "y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto" (Lucas 3:2).

Cinco de los hijos de Anás, siendo el más notable Eleazar, y su yerno, José Caifás, sucedieron a Anás en el cargo de sumo sacerdote. Caifás fue, de hecho, el sumo sacerdote oficialmente nombrado por los romanos en el momento del arresto, juicio y ejecución de Jesucristo: "Entonces los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás" (Mateo 26:3).

Anás nació en el seno de una familia acomodada e influyente. Su nombre en griego es Hannas, que significa "el Señor es clemente". Como líder del Sanedrín, Anás se encontraba en la cúspide de la aristocracia judía. Era rico, culto y estaba aliado con las autoridades romanas. Incluso cuando ya no ostentaba formalmente el título de sumo sacerdote, Anás seguía dominando el poder del cargo.

Después de que Jesús fue arrestado, fue llevado primero ante Anás para una investigación preliminar, demostrando que el estatus de sumo sacerdote de Anás se extendía más allá del cargo oficial: "Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año" (Juan 18:12-13). Cuando Anás terminó de interrogar a Jesús sobre "sus discípulos y su doctrina", lo envió a Caifás (Juan 18:19-24).

Más tarde, Anás participó en la persecución de la Iglesia primitiva y compareció en el juicio de Pedro y Juan en Hechos 4:1-22. Tras la sanidad de un mendigo cojo, Pedro y Juan predicaron con valentía en Jerusalén. Los dos discípulos fueron arrestados por los saduceos y detenidos durante la noche. Al día siguiente, varios miembros de la familia del sumo sacerdote, entre ellos Anás y Caifás, estaban reunidos con otros gobernantes, ancianos y maestros judíos. Hicieron que Pedro y Juan comparecieran ante ellos para ser interrogados: "Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel: Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera este haya sido sanado, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4:8-12).

Pedro y Juan hablaron con tanta audacia contra Anás y los demás líderes religiosos que los testigos quedaron asombrados de su valentía. Los funcionarios judíos les ordenaron que dejaran de hablar o enseñar en nombre de Jesús, pero Pedro y Juan replicaron: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. Ellos entonces les amenazaron y les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho" (Hechos 4:19-21).

Aunque Anás y otros líderes judíos intentaron intimidar a los primeros creyentes e impedir la propagación del cristianismo, su oposición sólo sirvió para avivar las llamas del Evangelio. Con todo el pueblo alabando a Dios por las maravillosas obras que se estaban realizando, las amenazas del Sanedrín no sirvieron de nada. Cualquier otro castigo a los discípulos habría sido una causa perdida. Al igual que estos primeros creyentes, nosotros también podemos enfrentarnos a la oposición más difícil con santo valor y proclamar el mensaje de salvación de Dios.

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