Pregunta
¿Qué significa que Pablo era el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15)?
Respuesta
En 1 Timoteo 1:15, el apóstol Pablo resumió el evangelio de la gracia de Dios: "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero". Pablo comprendió mejor la magnitud del don que había obtenido en Cristo cuando lo situó ante el sombrío telón de fondo de su propia y profunda depravación. Y así, con humilde gratitud, Pablo aceptó el título de "el primero de los pecadores".
Un comentarista bíblico describe la gracia de la salvación como "el don de Dios. Lo da 'sin dinero y sin precio'. Es Su generoso y magnífico regalo en Cristo Jesús, al más grande de los pecadores" (Exell, J., ed., Biblical Illustrator, Vol. 5, entrada para Hechos 28:28, Baker Book House, 1975).
La palabra "primero" en 1 Timoteo 1:15 (NBLA) es una traducción del término griego protos, que significa "principal, líder o que está por encima de todos los demás". También se traduce como "el peor de todos" (NTV). Pablo se veía a sí mismo como el principal, el de mayor rango, el peor de todos los pecadores. Un pecador es alguien cuya vida y acciones son contrarias o están en rebelión contra la voluntad y las leyes de Dios. Justo antes de su conversión, "Saulo pronunciaba amenazas en cada palabra y estaba ansioso por matar a los seguidores del Señor" (Hechos 9:1, NTV).
Pablo dijo: "Soy el primero", no "fui el primero de los pecadores". Como apóstol, nunca se apartó del corazón del Evangelio: que "Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8). La salvación de Dios siempre estuvo destinada a los pecadores (Mateo 1:21; Marcos 2:17). Pablo mantenía en primer plano su depravación pasada y su corrupción continua, porque la consideraba una compañera esencial para comprender plenamente la gracia.
Pablo testificó a la iglesia de Corinto: "Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1 Corintios 15:9-10). A los efesios les dijo: "A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo" (Efesios 3:8). Cuanto más comprendamos el peso y el alcance de nuestra pecaminosidad, mejor podremos captar la magnitud y el alcance del perdón y la gracia de Dios que actúan en nuestras vidas.
Cuando reconocemos y recordamos la verdad sobre nosotros mismos -nuestra antigua forma de vida con nuestras debilidades y fracasos, nuestra falta de esperanza y propósito, y nuestra absoluta impotencia aparte de Dios-, permanecemos sumamente humildes y agradecidos por lo que Cristo ha hecho por nosotros. Como Pablo, nos regocijamos y "le doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, quien me ha dado fuerzas para llevar a cabo su obra. Él me consideró digno de confianza y me designó para servirlo, a pesar de que yo antes blasfemaba el nombre de Cristo. . . . pero Dios tuvo misericordia de mí, porque lo hacía por ignorancia y porque era un incrédulo. ¡Oh, qué tan generoso y lleno de gracia fue el Señor! Me llenó de la fe y del amor que provienen de Cristo Jesús" (1 Timoteo 1:12-14, NTV).
No nos castigamos a nosotros mismos con una condena autodestructiva (Romanos 8:1), sino que alabamos, glorificamos y honramos a Dios por Sus generosos dones de misericordia (1 Timoteo 1:16), gracia (Efesios 3:7; 4:7), paz con Dios (Romanos 5:1), pertenencia a la familia de Dios (Efesios 2:19) y vida eterna en Su presencia (1 Juan 2:25).
Puede que algunos de nosotros empezáramos como el fariseo de la parábola de Jesús, tan profundamente inconscientes de nuestra pecaminosidad y necesidad de salvación que orábamos: "Te agradezco, Dios, que no soy como otros: tramposos, pecadores, adúlteros" (Lucas 18:11, NTV). Pero, al final, acabamos como el humilde recaudador de impuestos que "no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, ten piedad de mí, pecador”" (Lucas 18:13, NBLA).
Pablo se llamaba a sí mismo "el primero de los pecadores" porque, al igual que el recaudador de impuestos, era plenamente consciente de su pecaminosidad y comprendía cuánto le había costado esa pecaminosidad a su Salvador. Esta autoidentificación es el descubrimiento de toda persona cuyos ojos han sido abiertos, cuya conciencia ha sido despertada y cuyo corazón ha sido aguijoneado por el Espíritu Santo. Es la postura humilde de todo creyente que se reconoce totalmente impotente y dependiente de Dios para su salvación (Romanos 5:6). Es la admisión que todos debemos hacer: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero".
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¿Qué significa que Pablo era el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15)?